A 125 años del nacimiento de Federico García Lorca, coinciden varias obras del célebre poeta y dramaturgo que puso al teatro español en lo más alto durante el siglo XX. Siempre hay algún Lorca presentándose en cartel y en la actualidad conviven varios: “El camino de la fuente”, con Pablo Razuk y libro y dirección de Sabatino Cacho Palma puede verse en El Tinglado; “Un mar de luto”, versión de “La casa de Bernarda Alba”, de Alfredo Martín, se presenta desde abril en El Portón de Sánchez; “La noche se está muriendo” escrita por Martín Ortiz, se presenta en El Crisol, con dirección de Jorgelina Herrero; “Lorca, el teatro bajo la arena”, de Mariano Llinás y Laura Paredes, continúa en el Portón de Sánchez”; “Yerma”, de Charly Palermo, sigue en el Bululú y hasta hace poco estuvo “Amor de Don Perlimpín con Belisa en su jardín”, en versión de Gastón Asprea, y durante el verano “Muchacho de luna”, sobre poemas de Lorca, con Paulo Brunetti y dirección de Oscar Barney Finn. Dialogamos con algunos de ellos sobre la vigencia de Lorca.
Periodista: ¿Qué añaden sus versiones a los textos de Lorca?
Sabatino Palma: La obra se propone recorrer el camino de un actor que enfrentado ante un primer imposible, se encuentra con un factor numinoso, entendido como palabra latina que condensa la magia con el poder, que produce fascinación. Entonces es una obra “lorquiana”, si se entiende por ello, el intento de abordar lo esencial del poeta, pero el texto es propio. Partimos de una obra de Federico García Lorca que no pudo terminar de escribir. Ante el secuestro del poeta en la casa de Los Rosales, se encontró un material muy valioso, que da cuenta de un momento extraordinariamente fecundo en la vida de Federico, que encerrado en Granada durante el franquismo, soñaba con un nuevo teatro y con una modificación estructural en la relación con su público.
Martín Ortiz: Es una experiencia distinta, ya que incorpora una subversión de género en la escena de la obra clásica escrita para mujeres y aquí es interpretada por varones, en una historia de opresión y sometimiento patriarcal, actualizándola. El laberinto circular resignifica ese terrible juego de poder y de clase, y junto con el vestuario ambiguo y la función temporal de la iluminación, trasladan a los espectadores, desde la vieja España rural hasta los totalitarismos de nuestros días.
Jorgelina Herrero: La obra comienza con la ovación del público luego que Margarita dice: “la muerte hay que mirarla cara a cara. Silencio. A callar he dicho. Las lagrimas cuando estén solas. Nos hundiremos en un mar de luto”. Margarita entra al camarín y allí se encuentra con Federico, dado que sus palabras lo han invocado. No se sorprenden, son dos amigos que se reencuentran, se disfrutan, bailan, brindan, juegan al teatro con algunas escenas de Yerma, Doña Rosita, Así que pasen cinco años, El público.
P.: ¿Hay varios Lorca en cartel, cuál es su vigencia?
S.P.: Durante ocho décadas se vienen poniendo en escena los textos de Lorca, con una particularidad, la poética luminosa de Lorca, se articuló de una manera eficaz, con su estilo de vida, y su modo de transitar los distintos escenarios. Pasos del duende, del niño, del poeta y de un alma que no reprimía su aspecto femenino, si no, que lo ponía a jugar y lo consagraba en cada una de sus escenas. Su recorrido por América, y por el Río de la Plata han dejado marcas memorables.
M.O.: La vigencia tiene que ver con la universalidad de sus temas, que interrogan la condición humana, más allá del tiempo y de los distintos paradigmas, de lo políticamente correcto. Su vida y su obra se identifican una a la otra, y eso cuenta doblemente. Hay un nivel de denuncia feroz en sus planteos, más allá de su genio artístico y su posición política, su poesía resuena con una fuerza extraordinaria en nuestra coyuntura.
J. H.: Su vigencia tiene que ver con los temas que trata, que son los grandes temas universales, el deseo, el ansia de libertad, la muerte, el amor y del modo en que lo hace. La vigencia también pasa por su modo de pensar el hecho teatral, para él el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre.
P.: ¿Cómo se acercan las nuevas generaciones a Lorca y los clásicos?
S.P.: Maravillosamente, porque Federico es un hombre moderno y es nuestro riguroso y ético contemporáneo, ya que pretendió vivir en 1930 como recién ahora estamos aspirando a vivir, con libertad, con alegría, libre de dogmas y de prejuicios, tanto que Lorca no es el pasado, sigue siendo el futuro. Su legado no es menor al de Shakespeare, que por supuesto, también tiene la osadía de plantear al hombre moderno. Cuando no vienen encorsetados con el sello de “los clásicos”, cuando se permiten la innovación y la desestructuración, el volver a encontrar la fuerza de esos textos reinventando situaciones y recreando los personajes. Para que no vayamos a presenciar un museo sino a recuperar lo esencial del teatro.
M.O.: Lo hacen lisa y llana, sin tanta historia. Toman de esos materiales aquello que los interpela, y lo usan creativamente en sus puestas, esto trasciende al teatro y alcanza a otras disciplinas. Lorca no es la excepción, hoy lo vemos multiplicado en los escenarios y lo disfrutamos con alegría, quizás más logradamente en el caso del teatro independiente. Hay puestas de sus obras todo tipo, más formales, otras complejas o más transgresoras, que combinan distintos elementos en su construcción, hasta las de su etapa menos transitada.
J.H.: La obra convoca a públicos de diferentes edades, y a la salida sucede que los de más edad comentan el deseo de volver a leer sus obras y muchos jóvenes se van queriendo ir a leer a Federico. Es algo bien sabido que los clásicos nunca pasan de moda.
P.: ¿Qué lugar tienen los clásicos en la escena teatral actual?
M.O.: Siguen interpelando nuestra subjetividad, como los mitos; hablan de nuestro origen, de las pasiones humanas y de esta incertidumbre de vivir. Resultan una fuente inagotable en la escena actual, ya sea como obras centradas en el original, que se articulan y resignifican en la cabeza del espectador con la realidad del poder, los problemas sociales y la condición humana cada vez más autista, o bien con propuestas híbridas más contemporáneas, donde con diversos recursos artísticos nos interrogan desde nuestra condición humana.