Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte XXXVIII)

 Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte XXXVIII)

Pactar con el diablo luce favorable, sin embargo, el pago es por la eternidad y las condiciones que subyacen por la prestación, son apocalípticas. Con el acuerdo del FMI entraría la ayuda, pero, el mejor equipo de los últimos 50 años debería eliminar la dominancia fiscal en forma consistente con la espiralización del stock de LEBAC; recuperando extremos para bajar la tasa de inflación. Del costo social, de ese detalle, mejor no hablar.

Al final, se conservaría el sistema de “metas de inflación” sin aportar otros elementos antiinflacionarios, en un país con un nivel de indexación alto y un mercado financiero alfeñique, donde la transmisión de la política monetaria no es vigorosa.

En el sector externo se emplearía más urbanidad para el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos, por limitaciones políticas. Había que llegar a octubre 2019 con menos inflación, aunque ello implicaba un tipo de cambio real menor que no contribuiría a la reducción del voluminoso déficit externo.

Argentina tendía que cumplir con la receta estándar del Stand By: metas, resguardo en el déficit fiscal primario y de expansión monetaria, una meta de reservas internacionales netas, tipo de cambio alto (devaluación) y la nueva perspectiva de desaceleración de la tasa de crecimiento en el mejor de los casos.

Ajuste fiscal exigente para hacer sostenible el pago de la deuda y los intereses, especialmente porque el nivel de deuda neta del sector público nacional había ascendido desde los 29 puntos del PBI a fin de 2017 a 37.5%.

El equipo calculaba que cogiendo el hatillo de endeudamiento neto de 37.5% del PBI en 2018, la persistencia del programa de reducción gradual del déficit primario acarrearía una relación deuda/PBI que subiría hasta 45.5% en 2021 (sin devaluaciones bruscas como las que luego lo duplicaron en 2019 al final del mandato). Todo falso. Basado en supuestos de crecimiento económico (+1.2%) en 2018 y 2019 y, (+2%) a largo plazo, con un tipo de cambio real análogo al de mayo 2017, con el objeto de lograr que la deuda pública se estabilizara en 2021 (con Macri y sin la inesperada pandemia) y, a partir de allí se descubriría una trayectoria levemente declinante, que requeriría alcanzar en 2021 un superávit primario de 1 punto del PBI en lugar de equilibrio primario como antes suponía en el programa inicial. Esto demuestra la insensatez de quienes llevaron el pais el autobús hasta el borde del precipicio, con 90% del vehículo colgando al vacío.

Existían todo tipo de excusas, un cúmulo de falsedades. Dado que el déficit primario montaba 3.5% del PBI en el acumulado de doce meses a abril 2018, el esfuerzo fiscal total que había que realizar para alcanzar el nivel de déficit que permitiera estabilizar la deuda hacia el año 2021 se elevaría a 5 puntos del PBI, resultando imposible acelerar el ritmo de reducción del déficit primario con respecto al previsto en el programa oficial original. Pero antes de irse incendiarían la economía y se la arrojarían a Hernán Lacunza que pasea pontificando por los pisos de TV. La desgracia que dejaron no contenía en los cálculos una pandemia que agrego 10% de caída del PBI en 2020.

Para alcanzar la meta de déficit primario de 2.5% del PBI en 2018, en vez de 2.7%, se requería mantener sin cambios la política de “tarifazos”, subejecutar el gasto de capital del primer cuatrimestre, donde el gasto de capital había caído 15.5% interanual, conseguir que el gasto primario creciera entre 7 y 10 puntos por debajo de la tasa de inflación, lo que implicaría que los salarios estatales perdieran más poder adquisitivo en 2018 frente a la inflación y. además tenían que mantener contenidas las transferencias no automáticas a las provincias.

Para reducir el déficit primario 1% accesorio-del PBI-en 2019 había que dejar que el gasto primario siguiera cayendo en términos reales, luego de derrumbarse 10% en 2017, que los gastos flexibles subieran por debajo de la inflación, siendo conscientes de que el gasto social inflexible-que se indexaba por la inflación pasada-difícilmente pudiera contribuir al ajuste fiscal que debería realizarse en 2019.

Esta situación implicaría continuar con la recomposición tarifaria reduciendo el gasto en subsidios económicos a energía en 2019 y el gasto en subsidios al transporte. Habría que ejecutar una baja del gasto en subsidios económicos implícita de (-0.7%) del PBI contra 1% en 2018, seguir bajando el gasto de capital, compensándolo con obra pública por la senda PPP, algo que sería difícil en un año electoral, y también mantener retenidas las transferencias

En cuanto a las necesidades financieras brutas del Gobierno en 2019, se calculaban en alrededor de u$s 40.000 millones, conjeturando que el gobierno cumpliría con una meta de déficit primario de 1.5% del PBI. Tomando en cuenta que en 2019 el BCRA le girara al Tesoro el señoreaje y que se mantuvieran los desembolsos, las necesidades 2019 se reducirían a u$s 35.000 millones, de las cuales u$s 20.000 eran necesidades en dólares y u$s15.000, necesidades en pesos expresadas en dólares.

Claro que como el préstamo del FMI fue mucho mayor de lo previsto y de lo que le correspondía a la Argentina, las necesidades financieras y los ajustes incumplidos quedarían totalmente disimulados. Estos números reflejaban cuán importante era el acuerdo con el FMI para evitar el helicóptero. Nuevamente, después de 17 años, el Gobierno dependía del FMI, y de la dimensión del préstamo. Conociendo los resultados de soltarle la mano al mejor alumno en 2001, humillados por la cancelación anticipada en diciembre 2005, por una la Argentina 2003-2015 que había crecido como nunca desde 1997 sin apalancamiento, esta vez no le sacaron el cuerpo a un gobierno que venía a colaborar con el 60% del financiamiento de las cenas, los billetes en business, los altísimos sueldos y el club de golf de los ejecutivos del FMI. “No se olviden de esto: El tentador es un mal pagador, paga mal” (Papa Francisco).

(*) Director Ejecutivo de Fundación Esperanza, Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros. @PabloTigani

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