Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte XXXIX)

 Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte XXXIX)

“Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces”. (San Mateo 7:15, NVI). Macri prometía la “normalización” …Una devaluación acumulada de 55% en el primer semestre de 2018, sin compensación mediante suba de retenciones a los productos agropecuarios. Siendo el aumento del dólar “punta a punta” del gobierno de 180% con el oficial y 107% desde la unificación con el dólar ilegal o blue. Ni Krieger Vasena con un gobierno de facto se atrevió a tanto.

Aumentos de tarifas eléctricas y gas extravagantes, con techo a las convenciones colectivas de trabajo. Todo esto sin un acuerdo de precios por lo menos temporal, por 180 días.

Es que el objetivo era la licuación del gasto público vía de una llamarada inflacionaria, luego de una auto encerrona con la excusa de recibir el rescate del FMI. En realidad, esto era solo para salvar a los bancos que le prestaron dólares a la Argentina, a tasas inauditas. Si esto no era un plan alevoso, estábamos en manos de un grupo de necios. Súmese la fijación de una tasa de interés “chocante” por parte del BCRA para asegurar que hundiendo el dólar a 28 pesos o menos, los inversores financieros se siguieran yendo con ganancias insuperables. La financiación de crédito de consumo se hacía al 80% anual, el descubierto en cuenta corriente autorizado para Pymes 120% anual, el no autorizado 160% anual. Asistíamos impresionados a una insólita ofensiva y amenaza de la Sociedad Rural al gobierno y al FMI, para evitar el congelamiento de la baja de retenciones que pidió el organismo multilateral de crédito.

No se veía el pláceme de la clase media, aunque seguía apoyando, porque prefería perder calidad de vida si “los otros” perdían más.

No se advertía que la meta del gobierno fuera erradicar la inflación y lograr una desahogada posición de la balanza de pagos, ni atraer inversiones, ni crecimiento, ni credibilidad, ni horizonte de previsibilidad. Este no era un plan de estabilización, era una ingeniosa receta de recesión enrarecida.

Hasta ahora percibíamos una extraordinaria redistribución del ingreso en perjuicio del sector urbano trabajador comercial e industrial, íntegramente apropiado por el sector agro alimentico exportador concentrado y en menor medida para el sector estatal, reduciendo solo el déficit primario para generar recursos y atender las necesidades de financiamiento que amenazaban un próximo incumplimiento en los pagos. No habría “normalización” de la economía, dicho en la terminología sistémica.

El paso siguiente enfrentaba dos desafíos fundamentales, estrechamente relacionados. El mantenimiento del “orden” que podría llegar vía coerción para intentar suprimir la amenaza de un desborde popular descomunal y, cerrar los canales de acceso a un eventual próximo “gobierno populista”. Pero tener éxito en estos intentos implicaba la exclusión política de los sectores populares, cuya contra cara era alterar la paz social; que a su vez es un requisito indispensable para recuperar la confianza.

El gobierno tendía que parecer capaz de garantizar la paz social y la normalización de la economía, pero no convencía a nadie. No sorprendería que la directora gerente del FMI viniera en persona, es que justo en el final de su carrera en el FMI, a punto de retirarse, esto podía arruinar su esmerada trayectoria. Nadie puede explicar cómo y porque, pero allí está Christine Lagarde, en la poltrona del Banco Central Europeo. Si lo de Argentina no fue un estropicio, ¿entonces fue un éxito?

Para logar la “normalización” de la economía, era necesario reducir las fluctuaciones de los últimos dos años y medio y revertir la tendencia negativa alrededor de la cual se produjeron los titubeos del régimen. La gerencia financiera país (CFO) debería modificar las expectativas negativas, terminando con la rapacidad de las Lebacs y su reciente conversión en deuda en dólares vía licitaciones de billetes y emisión de deuda de corto plazo. En general, debería terminar con esos treinta meses, como requisito previo para establecer las bases de una economía con patrones de crecimiento normal, comenzando a reconvertir la estructura productiva, antes que las quiebras se volvieran a intensificar.

La “normalidad” del enfoque hegemónico mundial, no consiste en que sus líderes vayan de visita a un país, sino en que la acumulación de capital se realice y garantice en favor de las empresas trasnacionales, en condiciones que se asegure una tasa alta de acumulación.

Sin las políticas de expansión del consumo popular que tenía la Argentina antes de que gobierne “Cambiemos”, era muy difícil generar un mercado interno atractivo. Pero claro, un “boom de consumo” como el del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner emergería solo de la “anormalidad”. Porque, aunque ya sabíamos que nada de lo que repiten los “economistas vulgares”, es verdad, era menester seguir suponiendo que luego de un boom de crecimiento, nos acecharía la amenaza de inflación, fuga de capitales y desarticulación de la estructura productiva por falta de dólares que, retraería las inversiones y dispararía una voraz especulación financiera que haría que los capitales productivos huyeran.

¿No era eso lo qué es lo que estaba pasando? – Entonces. - ¿Qué proponía el gobierno?

Continuar con la restitución de la supremacía trasnacional y oligopólica, luego de la reconexión que se logró a través del sobreprecio de los fondos buitres y el levantamiento de las restricciones al movimiento de capitales, con el evidente saqueo financiero que asolaba el país, para exportarlo hacia las economías desarrolladas.

Aun no habíamos visto nada. Todo indicaba que íbamos a un trance de inestabilidad de magnitud. Cuanto mayor fuera la dilación, mayor sería el desquicio, maduraría retroalimentada la desinversión, la inflación y el problema futuro para conseguir los dólares que necesitará la economía, si es que retomaba el crecimiento en algún momento.

Cuanto más tardara en manifestarse el pico de esa crisis, mayor sería el grado de depredación que sufriría la economía, bajo el rol que asumió la especulación financiera.

Hay que decir que se estaban lanzando a comprar dólares casi todos los ciudadanos con ahorros o excedentes mensuales, como defensa contra los riesgos cada vez más impredecibles de una economía errática e inflacionaria. Casi todo el que podía estaba especulando, aunque la parte del león ya se la había llevado el “capitalismo de amigos”, las grandes corporaciones y las entidades financieras.

De esta manera, cuanto más tardaba en ahondarse la crisis que precedía al desplome, más concluyente y obvias eran las operaciones financieras, incluyendo rutinas cambiarias. Luis Caputo estaba sentado ahora en la poltrona del BCRA. Aunque su pliego no pasaría la aprobación del Senado seria tarde, la rapiña se aproximaba al máximo límite, la conversión del capital productivo en capital financiero, provocaría el disloque productivo, este que se venía agudizando aceleradamente, y ahora lo haría más con la profundidad de la recesión auto infringida por el gobierno.

Sobrellevábamos una conmoción ambivalente. No deseábamos que explote el engendro, pero cuanto más se dilatara, más debería sufrir la ciudadanía y, más empinada y larga seria la cuesta que tendría que remontar el próximo gobierno.

Director Ejecutivo de Fundación Esperanza, Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros.

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