Decía Nelson Mandela que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Me pregunto qué pensaría de la realidad de Ecuador, en donde 180 mil bachilleres postularon a las universidades y solo 60 mil alcanzaron un cupo.
Eso quiere decir que al menos 120 mil no tendrán la oportunidad de estudiar, ni siquiera una carrera técnica.
Y, por si fuera poco, ¿sabía usted que el 67 % de jóvenes de entre 18 y 25 años están desempleados y que el 18,5 % de ellos no estudian ni trabajan?
La educación superior ha sido una pelotita que ha pasado de mano en mano sin justificar la nula gestión. Ningún gobierno le ha dado importancia a este tema porque, en el día a día, lo urgente le gana a lo importante.
Las deficiencias en la educación son el espejo de una sociedad desigual, de la falta de oportunidades, de que los derechos básicos sean imposibilitados por mediocres burócratas que no ven más allá de sus ojos.
Nos quejamos de la violencia, del incremento del consumo de drogas, de la escalada de las pandillas, de los sicarios que son cada vez más jóvenes. Porque para señalar culpables somos campeones, pero para ponerle el ojo a la prevención somos nefastos.
Hasta el día de hoy no existe una política preventiva que funcione. La educación es prioridad, la educación genera oportunidades, desarrollo, incluso bienestar colectivo.
Pero ningún político piensa en lo que está por venir, todos siguen utilizando a la sociedad como su experimento. ¿Cómo se explica que este año el Municipio no otorgue libros a las escuelas por falta de presupuesto?
La educación se ha venido utilizando demasiado tiempo como un arma populista para conseguir votos. Fue, incluso, una promesa de campaña muy cacareada a la que luego se le fue bajando el volumen.
Salvo no morir, todas las demás prioridades y necesidades del país han quedado relegadas. Pero no pueden funcionar las políticas públicas de seguridad si no existen mecanismos eficientes que atiendan las raíces de dos problemas estructurales que la causan: la corrupción y la desigualdad.