Antártica ecuatoriana

Ecuador posee un claro territorio continental e insular, y uno marítimo que se ha extendido gracias al trabajo de nuestros diplomáticos profesionales y de nuestras Fuerzas Armadas, al que, afortunadamente, respondieron las sucesivas autoridades políticas. Los ciudadanos, que siempre hemos mirado nuestras pérdidas en el Oriente, hemos ignorado nuestras importantes ganancias al occidente. Pero hay algo a lo que, puertas afuera de la Cancillería y de la Armada, los políticos le dan irresponsable tratamiento: la Antártica.

Las constituciones ecuatorianas, tan dadas a contener normas sobre el territorio, guardaron un llamativo silencio sobre el Continente Blanco hasta la Carta de 2008, en la que se indica que nuestra nación “ejercerá derechos sobre los segmentos correspondientes”, aunque la Asamblea Constituyente de 1967 ya declaró que nuestro país “tiene derecho a la parte de la Antártida interceptada por los Meridianos 84º 30´ y 95º 30´ de longitud al oeste de Greenwich, por estar situada en el continente sudamericano, con su territorio continental y su posesión insular en las islas Galápagos, con la soberanía de Mar Territorial de 200 millas”, reivindicación basada en la teoría de la defrontación o enfrentación. La demanda ecuatoriana, sobre una extensión que supera la de nuestro territorio continental, se yuxtapone a las reclamaciones chilena y británica sobre las mismas áreas.

En 1959 se celebra el Tratado Antártico, cuando ya existían siete países con reivindicaciones territoriales, las que quedaron congeladas. El problema es que ese tratado no admite reclamaciones posteriores, como la nuestra, por lo que, igual que otras naciones, formulamos la correspondiente reserva contra ese impedimento al adherirnos a ese instrumento en 1987.

En nuestros mapas oficiales no incluimos un “Territorio Antártico Ecuatoriano”, como sí lo hacen argentinos y chilenos, ni nos referimos así a esa zona que concentra el 70 % del agua dulce del mundo, e inmensas riquezas mineras y petrolíferas, cuya explotación está vedada hasta 2048. Ese año será clave para el futuro de la Antártica. Mientras tanto, nosotros, irresponsables, ni siquiera nos preocupamos de adquirir un buen buque de investigación que remplace al ochentero BAE Orión. Luego, por supuesto y para variar, nos quejaremos amargamente sobre nuestras “pérdidas territoriales”.

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