La semana pasada escribí una columna expresando mi pensar sobre lo que yo espero de la conducción del problema de seguridad interna, e interpretando -acepto que pretensiosamente- lo que esperarían de mí las personas que de mí dependen o de mi entorno, frente a un grave problema cuya solución me tenga como última instancia.
Como siempre pasa, escribir o hablar es más fácil que actuar, pero quiero compartir algunos principios básicos que desarrolló la Marina de los Estados Unidos para encarar campañas.
Una estrategia se basa en la ‘unidad de comando’. Es decir, debe haber un líder final a cargo: inspirador, premiado o imputable sobre los resultados. Toda estrategia debe tener ‘objetivos’ claros, cuantificables en el tiempo y perfectamente comunicados. Nadie ha ganado una guerra a la defensiva (ni aun Vietnam), por tanto, todos los recursos deben planteárselos de forma tal que exista permanente ofensiva.
Una estrategia debe ser simple, de forma que todos puedan entender su papel en ella; debe ser sorpresiva y sigilosa, cuidando que la contraparte no se percate de las acciones que la afectarán; y debe tener superioridad en el punto de contacto. Es decir, ahí donde se ha escogido combatir al enemigo, el poder debe ser abrumador para impedirle cualquier réplica.
Una estrategia debe mantener a los recursos siempre en movimiento, de forma que el adversario no pueda interpretar desde dónde vendrá su amenaza, y tiene que lograr eficiencia de medios. Esto último debido a que los eventos pueden extenderse más de lo previsto.
¿Tenemos objetivos claros? ¿Estamos seguros de la impermeabilidad de la información en todos los niveles de la lucha contra la inseguridad pública? ¿Existe una estrategia simple donde todos sepamos cuál es nuestro rol? ¿Existe una alineación de todos los recursos públicos en torno a un plan de acción? ¿Estamos solamente reaccionando o tomando la iniciativa?
Nuevamente, escribir es fácil, sentarse a tomar decisiones sin duda no lo es.
Me viene a la memoria una frase del general Douglas MacArthur: es fatal entrar a una guerra sin un plan y la voluntad de ganarla.