En julio de 2018 el FMI se resistía a flexibilizar su postura. No quería financiar la fuga de capitales para beneficiar a quienes habían prestado mal o vinieron a realizar “carry trade” (la clientela de Prat Gay y Caputo) y, prefería que el mercado cambiario ajustara vía tipo de cambio.
En la visión del FMI parte del ajuste del déficit de la cuenta corriente tenía que ser vía precio, o sea, devaluación. Y que la Argentina volviera cuanto antes a colocar deuda en los mercados, para lo cual la magnitud del stock de reservas era relevante, cuanto mayor fuera dicho stock, mayor la posibilidad de hacerlo.
El FMI quería una devaluación, mediante un régimen de flotación del tipo de cambio, donde la demanda y la oferta de divisas se equilibrarán a un tipo de cambio más alto.
En dos simulaciones de consultoras privadas que circulaban en el mercado, se suponía un tipo de cambio real de $27,50, a precios de junio 2018, el exceso de demanda de divisas del sector privado por sobre la oferta sería en lo que restaba del año de entre u$s10.000 y u$s15.000 millones, dependiendo del supuesto de formación de activos externos-o fuga de divisas; con lo cual, si sólo se vendían los u$s7.500 millones del primer desembolso el exceso de demanda de divisas llevaría a un tipo de cambio más alto. Aunque que todo lo que ingresara de los u$s5.650 millones del préstamo acordado con Banco Mundial, BID, y CAF, lo iban a desintegrar.
En las simulaciones donde se presumía un TCR de $28,50, la plétora de demanda de divisas del sector privado sobre la oferta sería de entre u$s9. 500 y u$s14.000 millones, que aún con la venta de los u$s7.500 millones haría necesario una devaluación para equilibrar la demanda y la oferta de dólares. Por último, sólo en las simulaciones que conjeturaban un tipo de cambio real de $30,50 a precios de julio, el mercado cambiario aparecía alfo más tranquilo.
La realidad es que cuando estos transcursos mórbidos comienzan en el marco que estamos analizando, nadie sabe dónde, cuando y a cuanto termina de drenar la hemorragia. Los ejercicios de simulación reflejaban que la falta de divisas no era un problema coyuntural que se resolvía con el “Messi de las finanzas”; se trataba de un problema estructural, donde un país con bajo nivel de exportaciones y argentinos ahorrando en dólares, porque se terminaba la bicicleta financiera y “nadie nos prestaba”. A todo eso había que sumarle “la discrecionalidad de Messi”.
Aun cuando componían los semblantes, la inseguridad financiera y cambiaria donde la dejo cuando se fue, aquel desagüe dejaría secuelas irremontables para Alberto Fernández, sin contar con la pandemia, la guerra, la sequía y el FMI.
La economía había ingresado en un tobogán recesivo menos breve y menos manso de lo que estaba pronosticando la tribuna local del consenso del mercado; la inflación de 2018 no estaría cerca del 30% anual como decían-sino en 47%-, ni de la expectativa inicial de 12% a 20% y los u$s7.500 millones del primer desembolso del FMI no iban a alcanzar para atender la demanda de divisas, no pudiendo descartarse otra corrida, o lo que fue en realidad, una corrida detrás de otra.
Como se aprecia, se disiparon las falsedades de una transición hasta la elección presidencial con leve crecimiento y descenso de la tasa de inflación como habían asegurado las autoridades económicas. El camino hacia octubre de 2019 se presentaba como un sendero de política contractiva, apoyo del FMI y perturbaciones caseras, donde no era posible cumplir con la expectativa de romper el ciclo de suba y baja del PBI con dos años consecutivos de crecimiento positivo. Se venia un ajuste desordenado. El plan económico del Acuerdo con el FMI era un paso para comenzar a reducir los desbalances e intentar frenar la crisis de confianza, pero eso no sucedió.
La economía se había “sincerado”, comenzando a transitar un nuevo período recesivo. Con 26 de 37 indicadores que mostraban caídas. Con los datos divulgados correspondientes al período abril-junio, se revisaba a la baja con mucha generosidad la proyección para lo que restaba del año. Ahora se esperaba para el segundo trimestre 2018 una caída del PBI del orden de 3% con respecto al trimestre anterior, sin estacionalidad, y para el tercero un retroceso de alrededor de 1%, y aún si la economía dejaba de contraerse en el cuarto trimestre del año, el 2018 cerraría con una leve contracción del orden de 0.5%. Ilusorio. Se desplomó más de 5 veces (-2.6%). Ninguna ayuda de sus amigos economistas del establishment, dando buenas noticias paraba la debacle Macrista.
Buena parte de los economistas aliados argumentan que la recesión de 2018 seria corta y suave. Nosotros estimábamos una contracción y recesión extendida hasta el final del mandato Macri.
Para ellos había dos opciones 2019 en materia económica y dos alternativas en materia política. Una parte del Gabinete se inclinaba por cumplir a rajatabla con lo acordado con el FMI y llevar adelante el ajuste fiscal y monetario propuesto. Considerando que había chance de que luego de la recesión corta, la economía volviera a mostrar una recuperación en el 2019. Además, subestimaban a Cristina o algún “impresentable” (así lo decían), para lograr la reelección presidencial.
Otra parte del mejor equipo de los últimos 50 años se inclinaba por hacer políticas de estímulo a la demanda agregada que ayudaran a Macri para ganar, evitando un estallido social. Incluso estaban los más fundamentalistas (anti peronistas viscerales) que argumentaban que no sería conveniente hacer el ajuste y pagar el costo político para dejarle los “deberes hechos” al próximo gobierno. Lo daban por perdido.
Una parte del mejor equipo proponía buscar un gran acuerdo político con el peronismo amigable, con el fin de obtener apoyo político y llevar adelante el ajuste acordado con el FMI. Otros no deseaban ningún acuerdo político. La economía argentina se estaba incendiando. Había comenzado a transitar un nuevo período recesivo parecido a los 16 trimestres consecutivos de Menem-De la Rúa. Un período que extendería hasta el final del mandato de Mauricio Macri.
El ejercicio 2018 ya estaba terminado en términos de recuperación, el 2019 dependía de Macri, acusado de cobarde por quienes lo apoyaron y ahora formaban partidos más radicales de derecha. Sin duda, la Argentina estaba peor con el acuerdo con el FMI que sin el acuerdo. Solo fue mejor para evitar una crisis de magnitud con estallido social. Pero el programa acordado con el FMI implicaba una política fiscal contractiva, una política monetaria restrictiva con una masa salarial que se contraería más y más.
(*) Director Ejecutivo de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros. @PabloTigani