La crisis climática ha llevado a cambiar el modelo de desarrollo de las ciudades y el estilo de vida de la población para afrontar los problemas ambientales. Esto requiere acelerar el sentido de urgencia y cambiar nuestros consumos y hábitos; sin embargo, resulta contraproducente dar un giro en nuestra cotidianidad cuando se trata de lo económico. Llevar un estilo de vida ‘ecofriendly’ es muy costos costoso, por lo que no es tarea fácil asumir los desafíos ambientales para con el planeta. Coincido con algunos ecologistas: “las bolsas plásticas son más baratas que las de tela o los ecodiseños; los vehículos eléctricos son más costosos que los de combustibles; los alimentos orgánicos y/o ecológicos son más caros y triplican en precio a los ultraprocesados; una cocina eléctrica es más costosa que una a gas -sin contar el consumo eléctrico-. Cambiar a un sistema de energía limpia para una vivienda resulta caro, a diferencia de la energía eléctrica convencional (a largo plazo, un sistema de paneles fotovoltaico sí resulta económico). Una total paradoja ambiental; un sinnúmero de alternativas no asequibles para la mayoría de la población…”. En un mundo globalizado, tanta desigualdad social y económica se vuelve una desventaja para los que no cuentan con recursos suficientes para cambiar de hábitos y contrarrestar los efectos del cambio climático.
Vicente Mera Molina