Cambiemos fue una especie de franquicia anti peronista donde se aunaron elementos neoliberales con opuestos aparentes como Lilita Carrió y la UCR. Combinaban una superioridad moral auto percibida con una conducta amoral e irrespetuosa, presentaban una desinhibición social pública y una agresión sin precedentes. En dos años habían destruido la economía. El año 2018 fue otro año penoso. Comenzó con los déficits gemelos más altos de los últimos 35 años, y la economía argentina tuvo que enfrentar momentos espeluznantes.
Hubo seis meses de crisis financiera y cambiaria ininterrumpidos, y para intentar superar esa apremiante situación, el gobierno de Mauricio Macri investigó desde enero volver al FMI, hizo un acuerdo y no cumplió, así que volvió a hacer otro en septiembre. Puso en marcha un nuevo programa que implicaba mayor ajuste fiscal y estrujón monetario, así el FMI amplió el monto del préstamo a casi u$s 57 mil millones y adelantó a 2018 y 2019 unos u$s 19 mil millones en desembolsos.
El FMI trazó un programa para la emergencia, elemental y rustico, con instrumentales y números sencillos de controlar, para aumentar la transparencia y evitar las avivadas que habían eyectado a Caputo del BCRA en septiembre. Desde la asunción del “Messi de las Finanzas” (Marcos Peña dixit) hasta finales de agosto de 2018, las reservas de BCRA habían caído alrededor de 5.200 millones de dólares más, después de las que había dilapidado Sturzenegger (Iprofesional, 30 de julio, 2018).
En una nueva crisis cambiaria a finales de agosto, la moneda se devaluó 15% en un día, en tanto la tasa de interés superó el 60 %, convirtiéndose en la más alta del mundo. El riesgo país se disparó en 780 puntos, siendo el más alto de la región, con la excepción de Venezuela, y el sexto a nivel mundial.
A la vez que se dispararon los Credit Default Swap (CDF) o seguros contra default. Con la suba del riesgo país de un 107 %, Argentina se ubicó entre los más países más riesgosos para inversores. Los títulos de los bancos argentinos en Wall Street se desplomaron por temor a un nuevo corralito. La agencia de riesgo Moody's cuestionó el aumento de la tasa al 60 %, provocando incertidumbre financiera y temores a la insolvencia de pagos, desplomándose, en un día, más de 19 % de las acciones argentinas.
La crisis cambiaria desatada provocó cacerolazos en diferentes puntos de Argentina, en protesta por las medidas económicas del gobierno. Hubo manifestaciones en diversos barrios de Buenos Aires, como Palermo, Flores, Villa del Parque, Villa Crespo, Villa Lugano entre otros, al igual que en partidos del Gran Buenos Aires. Al mismo tiempo, se registraron saqueos en Mendoza, Chubut y Jujuy; el desplome del peso argentino tuvo implicancias internacionales arrastrando a otras monedas.
Luis Caputo “renunció” al BCRA el 25 de septiembre de 2018 por un aparente pedido del FMI. El objetivo ahora era minimizar los riesgos de desvío por parte de las autoridades argentinas, evitando las ventas de dólares en el mercado cambiario que llevaron al incumplimiento de las metas de reservas netas internacionales y de activos domésticos netos.
Por un momento el programa ahuyentó el temor de una reestructuración de la deuda y de una espiral dólar-precios, que comenzaba a generar preocupación ante el abrupto salto del dólar. A la vez que abrió el camino para la reducción de los abultados déficits gemelos. El estrujón monetario coligado al “crecimiento cero de la base monetaria”, las altas de interés y la expectativa del ingreso de los dólares del FMI, posibilitaron que el dólar cayera un 13% con relación a fines de septiembre, cediera la demanda de divisas para atesoramiento, turismo e importaciones, aumentaran los depósitos a plazo fijo en $130 mil millones, mientras se promovía la idea publicitaria que iba a bajar la inflación.
El ajuste de los desequilibrios macro estaba en marcha, el déficit fiscal bajaba, el balance del BCRA mejoraba muy levemente y el déficit externo también. En septiembre se registró un superávit comercial luego de dos años de déficit en las cuentas externas, mientras que la demanda para atesoramiento resultó inferior a la registrada en el período enero-agosto.
En síntesis, para los delirantes el programa iba a apaciguar al dólar, controlar la inflación y frenar la ampliación de la recesión. Pero en los próximos meses, se enfrentarían con la realidad. Deberían cumplir un programa cruelísimo para poder recibir los necesarios desembolsos del FMI. Debian bajar el riesgo país para renovar la deuda doméstica en dólares que vencía en Letes y conseguir financiamiento para las necesidades fiscales en Lecap. Todas las metas cuantitativas debían cumplirse y articularse. Aislar alguna de las metas acarrearía la infracción de otras.
Implícitamente si se cumplía con el nuevo programa acordado con el FMI, había riesgos. Ante un sistema financiero inseguro, un leve corrimiento del nuevo programa no podría resistir otro castigo de los inversores a los activos argentinos. Pero otro ingreso excesivo de capitales especulativos para obtener ganancias de corto plazo aprovechando la alta tasa de interés y el dólar estable sería otra nueva bicicleta fatal.
Las autoridades debían monitorear la magnitud y también la extensión temporal del ingreso de capitales especulativos o parking mínimo o control de entrada y salida de capitales. Si el estrujón monetario no era suficiente para bajar una inflación crónica, estaban en problemas, pero si bajaba la inflación impactaba negativamente en la recaudación y terminaría dando un mayor crecimiento en términos reales del gasto inflexible que ajustaba por la inflación pasada. Esto eran jubilaciones y prestaciones sociales, empeorando así las cuentas fiscales y haciendo necesario un ajuste mayor que el presupuestado en los gastos flexibles-gastos de capital, subsidios económicos-para cumplir la meta de déficit cero en 2019. Una apreciación del peso con la elevada tasa de interés podía comprometer la recuperación cíclica y los costos de cumplir el programa se percibirían altos frente a los beneficios. La economía argentina navegaba otra vez en la decadencia neoliberal, sin poder salir del laberinto, transitaba una recesión que el regreso del FMI en 2018, no le permitiría revertir.
Director Ejecutivo de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros.