El FMI premiaba al gobierno por hacer las cosas mal. Estábamos en noviembre 2018, el país recibiría del FMI más de u$s 24 mil millones hasta el 15 de marzo 2019. Los primeros u$s 13.400 millones llegarían entre octubre y diciembre de 2018 y, u$s 11mil millones accesorios el 15 de marzo de 2019. El país recibiría u$s 50 mil millones hasta la elección presidencial. Era obvio que el FMI jugaba a dos puntas: con fichas grandes aguantaba a Mauricio Macri, y le ponía “el cepo” a un eventual presidente peronista.
Con esos desembolsos quedaban cubiertos los vencimientos de la deuda pública de 2019 y sobraría para que gasten en detener un estallido social.
Todo indicaba que los dólares del FMI y del resto de los organismos, que no fueran utilizados para pagar los servicios de la deuda en dólares, no podrían ser utilizados para regalárselos a los fugadores seriales, ni para fondear obligaciones financieras en pesos. Lo nuevo era que la meta de reservas internacionales netas se ajustaría para arriba, en la medida que se consiguieran más dólares.
Esta meta ajustable por exceso de financiamiento en dólares del Tesoro, fue impuesta por el FMI para evitar que volviera a ocurrir lo que sucedió cuando el ex presidente del BCRA, Caputo, vendió u$s9.000 millones de la colocación de deuda de enero y, a ventas adicionales de divisas, simulando evitar una mayor devaluación del peso. En realidad, los que compraban eran conocidos. Incluso fueron publicadas las personas humanas y jurídicas favorecidas por “el Messi de las finanzas”.
No fue decisión de Macri dejar de vender dólares, se trató de una meta cuantitativa que el FMI les puso a los pillos. Si bien las metas de reservas internacionales netas de marzo 2019 en adelante no habían sido establecidas, el objeto era que los dólares que se obtuvieran en exceso de las necesidades financieras en dólares se utilizaran para engrosar el stock de reservas del BCRA con el fin de bajar el riesgo país.
Las necesidades financieras en pesos deberían ser atendidas en el mercado local, con el consecuente crowding out o expulsión del sector privado de la economía por parte del sector público. El FMI parte II, había metabolizado los fallos del FMI parte I, y buscaba limitar las eventuales maniobras de los nuevos bribones.
Eufemísticamente, para el FMI, pese al fuerte aumento de la ratio deuda/PBI, la deuda pública era “sustentable, pero no con alta probabilidad”. Por la fuertísima devaluación del peso, la relación deuda/PBI estimado por el FMI para fines de 2018 trepó de 68.6% a 81.2%, ubicándose por encima del nivel considerado “crítico” por el FMI: 70%.
Las necesidades financieras brutas del Gobierno para 2019 aumentaron de 11.5% del PBI a 13.5%, pero se mantenían debajo del 15% considerado crítico por el FMI. Y, 4 de los 5 indicadores sobre deuda que monitorea el FMI estaban excedidos. En junio 2018 eran sólo 3.
A la enorme deuda en dólares, las voluminosas obligaciones en esa moneda y el aumento de la deuda de corto plazo, se sumó el menoscabo del mercado, con un riesgo país por encima de los 600 puntos. Para dibujarla el FMI establecido que la relación deuda/PBI se reduciría de 81.2% a 59.3% en el periodo 2018-2023 y las necesidades financieras no despuntarían el 15% ese espacio. Pero esta trayectoria de la deuda estaba construida bajo supuestos falsos. Si el déficit primario era 1% del PBI menor y si el tipo de cambio real se mantenía en $ 38 real para todo el período, la índice deuda/PBI bajaría a 74.3% en 2023 y las necesidades financieras superarían el 15% del PBI. La realidad es que cuando Macri se fue, el coeficiente ya superaba el 90% sin contar la transcripción en dólares de la deuda del BCRA, remunerada al 80% en Leliqs.
Al tanto de la necesidad que la dinámica de deuda fuera sostenible, Macri se había comprometido a una corrección fiscal más acelerada. El desafío en 2019 era insólito. El gobierno había prometido un ajuste feroz, sin apelar a licuefacciones inflacionarias o devaluaciones de magnitud. Cumplir con una meta voluntarista en 2019 no era natural, tanto por la magnitud del esfuerzo de 3.3% del PBI en vez de 2.5%, como porque se pretendía hacer en recesión, con riesgo de desplome de la recaudación.
El ajuste fiscal iba en contra de la inversión privada, volviendo a las retenciones que habían suprimido y la suba de impuestos a los bienes personales, postergando la rebaja de impuestos a los sellos, y el revalúo fiscal, para compensar a las provincias por las menores transferencias de la Nación. La otra mitad del ajuste del gasto primario iba contra la inversión pública, componente de mayor productividad en los últimos años para apuntalar el nivel de actividad económica.
El nuevo programa monetario que tenía que reducir la inflación y las expectativas de inflación, no pudo. No funcionó. La estrategia era desarmar las Lebac, en forma consistente, al emitir y absorber con Leliqs o, mediante la venta de dólares en el mercado de cambios. La bola de nieve de las Leliqs era explosiva hacia adelante, generaría un pasivo diferente, pero no menos peligroso que las Lebacs. Lo que cambiaba era acreedor. Una cosa era una corrida de los particulares de Lebacs a dólar, y otra las Leliqs, que se podían negociar con los bancos, pagándoles cualquier tasa real positiva.
Los economistas de la tribuna de socios, decían que el elevado déficit cuasi fiscal de 4.4% del PBI en el cuarto trimestre 2018 tendería a bajar en la medida en que descendiera la inflación y la tasa de interés. Las tasas de las Leliqs era 68% (TNA). No obstante, el acuerdo FMI parte II, limitaba la baja de la tasa mientras la expectativa de inflación no descendiera dos meses seguidos. No podía bajar de 60%. Negoción para las entidades financieras.
En octubre 2018 el BCRA se cumplió la meta de base monetaria. Contribuyeron la fuerte absorción monetaria de $ 37.400 millones por la compra de dólares del Tesoro al BCRA y la absorción de $ 21 mil millones por ganancias que el BCRA registró en octubre por la venta de dólares a futuro. El nuevo programa monetario llevaba un mes, pero los progresos no le permitían ver a los amigos de Macri una sustancial caída de la inflación y de las expectativas de inflación.
Parecían los profetas de Baal, llamaban a Baal, pero no bajaba. Los profetas de Baal tomaron el buey y lo prepararon con ilusión, invocaron el nombre de su dios desde la mañana hasta el mediodía. - ¡Baal, respóndenos! Gritaban -, pero Baal, nunca les respondió.
LA RECESION ERA FENOMENAL
Aún si bajaba la tasa de interés, la situación financiera seguiría siendo muy restrictiva por el desplome del crédito al sector privado. El dólar cayó de $ 40.9 a fin de septiembre a $35.5, apreciándose el peso un 15% nominal, le volvieron a dar vuelta a la bicicleta. Los depósitos tuvieron un aumento en plazo fijo de 128 mil millones de pesos, atraídos por la alta tasa de interés, con un tipo de cambio declinante. Empezaba todo de nuevo.
La tasa de interés de las Leliq bajó de 73% a 68.2%. La inflación 2019 terminaría en 54.7% con Leliq a 80%. Tasa nominal, real positiva 26%, o 29.28% la tasa efectiva. Alguien en la city dijo: ¡Gracias Sandleris!... los bancos nunca te olvidaremos.
La fuerte apreciación real del peso en octubre y su tendencia volvían a comprometer la perspectiva de una rápida corrección de las cuentas externas. La cuenta corriente del balance cambiario fue levemente superavitaria en septiembre. Desde la chifladura en compras para atesoramiento de mayo: u$s 4.700 millones, la manía se redujo a u$s 2.000 millones en septiembre. El mercado de cambios nunca se calmó, (proyectado a 12 meses eran 24.000 millones de sangrado), además no había posibilidades que la inflación comenzara a bajar. La caída del nivel de actividad económica era muy fuerte. En ese contexto, la situación social también empeoraba. El autor de “la revolución de la alegría” enfrentaba el descredito más grosero.
Director Ejecutivo de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros.