Estábamos en diciembre de 2018 y las PASO se realizaban a comienzos de agosto 2019. El gobierno tenía ocho meses para mejorar la percepción sobre la marcha de la economía en términos electorales. Peña decía que la economía no definiría la elección. La estrategia central del oficialismo era polarizar entre Macri y Cristina, volviendo a jugar con impedir el retorno al pasado. La utilización inmediata de las imágenes del G20 serian el eje de la campaña. El oficialismo empezaba a imitar el discurso de Jair Bolsonaro en materia de seguridad pública.
La estrategia de Cristina también fue polarizar con Macri, al mismo tiempo que reducía el nivel de rechazo a través del operativo atracción de desertados. El eje de la campaña sería la realidad económico social: “con Cristina vivíamos mejor”. Ambos coincidían en impedir que se articulara un tercer espacio competitivo. Cambiemos necesitaba que el PJ anti-K no se articulara electoralmente, pero le resultaba fundamental para mantener gobernabilidad durante 2019.
Para el oficialismo, polarizar con Cristina siempre fue la mejor estrategia electoral-era la figura que más se adaptaba a la campaña de odio, Macri la enfrentaba mejor en segunda vuelta-pero al mismo tiempo demoraba la recuperación económica y ello lo complicaba electoralmente. A dos meses del nuevo programa económico que sobrevino con el FMI II, la rigidez macroeconómica aflojo, pero la caída del nivel de actividad económica se profundizó.
Se descomprimió el mercado cambiario, frenando la espiralización de la inflación y, se disipó parcialmente el fantasma de default 2019. El acuerdo FMI II, no posibilito un descenso del riesgo país, que superaba entonces los 700 basis points, por las dudas que deparaba el financiamiento del sector público. Se acumuló mucho vencimiento y se habían tomado prestado, todos los dólares posibles.
El dólar bajo de $ 41 a fines de septiembre a $ 37. La tasa de interés de las Leliq bajo de 74% a 60% y los certificados de depósitos a plazos fijo crecieron $171.860 millones, que los bancos volcaron a Leliq, en el desarme de las Lebac. Una nueva bicicleta, en este caso, exclusiva para bancos. Estaban cambiando loro por lechuza. Pero la fuerte restricción monetaria, para bajar la inflación, estaba profundizando la recesión. En septiembre 2018, la economía se contrajo (-5.8%) interanual, la industrial cayó (-11.5%) y (-6.8%) en octubre, mientras que el resto de los indicadores mostraban que octubre y noviembre fueron malos para la actividad y el consumo, en un contexto de fuerte caída del crédito y merma del salario real (-13%) con pérdida de empleos.
La economía expulsó 52 mil trabajadores entre abril y septiembre 2018. Una masacre.
Los economistas colaboracionistas decían que el salario real dejaría de caer entre diciembre y febrero con la reapertura de las paritarias y la desaceleración de la inflación a 2.5% mensual en el primer trimestre 2019. Falso, como siempre.
Por otra parte, estimaban una inflación descendiendo a 25% en 2019 (que terminó en 54%). Contribuirían las altas tasas de interés, la caída del crédito, y la crueldad de la recesión. Llegaron a decir que el propio contexto de baja de la inflación (últimos 3 meses anualizada alcanzaba 85.2% en octubre y para enero bajaría a 36.5%).
Era un programa diseñado para atender la emergencia, transitaba por un camino muy estrecho, con un gobierno que podía dificultar la realización de los escenarios amigables de los macroecolobistas, optimistas hasta la sandez. El riesgo de que no se pudiera sostener la tranquilidad cambiaria, obligaría a regalar los u$s10.000 millones excedentes del FMI se sumaba al desafío que enfrentaba el programa monetario para bajar la inflación en un contexto de inercia inflacionaria, actualización salarial y ajuste tarifario.
El peligro de que otra nueva apreciación del peso y una excesiva tasa de interés real positiva de 18% anual, comprometiera la recuperación cíclica, era alto. La inseguridad de cumplir con la meta de “déficit cero”, o que el Tesoro no lograra renovar su deuda de corto plazo implicaría utilizar más intensivamente los desembolsos del FMI.
En el gobierno empezaban a usar el “riesgo peronista” para preocupar, al aparecer encuestas mostrando una alta probabilidad de que regresara. Agitaban miedos y repartían culpas diciendo que, si subía el riego país, el mercado cambiario se complicaría, la renovación de la deuda en el mercado local y el ritmo de recuperación de la economía estallarían.
De los creadores de “la pesada herencia”, ahora llegaba “el pesado regreso”. Nunca se hicieron cargo de las desdichas que generaban. Y en eso, el marketing y los medios hegemónicos tenían un diez. “Miente, miente y algo quedara”.
Aun cuando se llegara a octubre 2019 sin impetuosos choques, con desaceleración de la tasa de inflación y cero recuperaciones económicas, la economía no sería un factor positivo, como soñaba Marcos Peña. Los próximos meses serian cruciales para el ya futuro electoral de Macri. Sin dudas, el país extraordinario que se vendió con el G20, ocultaba una extraordinaria inestabilidad macroeconómica, retroceso industrial, caída del salario real y aumento de la pobreza. Con la crisis dolorosa y el ajuste era falso o ilusorio plantear la necesidad de una agenda de reformas. Al final del mandato de Mauricio Macri, Sturzenegger daría la noticia que el PBI per cápita era 11% menor que cuando llego la calamidad Cambiemos.
Los datos indicaban una profundización de la recesión, caída del crédito, la alta tasa de interés estaba golpeando el consumo y la inversión. El consumo está siendo muy afectado por la fuerte caída del salario real, en un contexto de deterioro de la confianza del consumidor. El consumo de bienes durables exhibía la mayor caída. La inversión se estaba derrumbando por el deterioro en las expectativas, la caída las utilidades empresariales y las desfavorables condiciones financieras.
La inflación cedió algo por la política de congelamiento de base monetaria, las muy altas tasa de interés y el desplome del crédito. La inflación de noviembre había sido (2.7%) tras los picos inflacionarios de septiembre (6.5%) y octubre (5.4%).
En octubre se evaporó el exceso de demanda privada de dólares por sobre la oferta, y el BCRA no vendió divisas en el mercado de cambios. Entre marzo y septiembre, el exceso de demanda de dólares promedió los u$s 3.600 millones por mes, el BCRA y el Tesoro vendieron reservas por u$s 25.5 mil millones y el tipo de cambio trepó de $20 a $40. Regalaron u$s 25.500 millones. En octubre, ese excedente se evaporó por la dura política monetaria, la recesión y un tipo de cambio real, casi 60% más alto que el de mediados de 2017. Bajó fuerte la demanda de dólares para importaciones, turismo y atesoramiento. El balance cambiario caja, que no sólo incluye las operaciones en dólares del sector privado, sino también las del sector público, mostraba que seguían faltando dólares genuinos, pese al fuerte ajuste de las cuentas externas.
Entre septiembre y octubre se redujo el déficit de la cuenta corriente u$s 268 millones (la nada misma) por la reversión del saldo comercial y el menor déficit en turismo. También cayó la formación de activos externos. Pero no alcanzó para compensar el fuerte deterioro de la cuenta capital (- u$s 560 millones) porque nos habíamos caído del mundo en enero 2018. Sin el desembolso del FMI de u$s 5.670 millones, la Argentina hubiera tenido que malgastar u$s 4.000 millones más de sus reservas para financiar el desequilibrio externo de septiembre y octubre, pese al fuerte ajuste. El ajuste realizado no alcanzaba nunca, siempre era insuficiente para que la Argentina pudiera salir sin asistencia del FMI.
Se observaba una reducción del déficit primario, apuntando a un sobrecumplimiento de la meta anual acordada para 2018. En los primeros 10 meses del año, el déficit primario ascendió a $ 170.000 millones presentando una caída interanual de 33% y llegando a contraerse casi un 50% en términos reales. Ese retroceso del déficit primario se logró a partir de ingresos que mostraron un incremento superior al gasto primario. Sin embargo, el buen desempeño de los ingresos fiscales no se debió a la buena performance recaudatoria, sino al fuerte aumento de las rentas de la propiedad debido a los ingresos por intereses obtenidos de los depósitos a plazo fijo del Tesoro en el Banco Nación.
Por el lado del gasto, se registró en enero-octubre una caída de (-6.6%) interanual en términos reales. Las partidas de gasto que registraron los mayores retrocesos fueron: la obra pública, las transferencias a provincias, el déficit de empresas públicas y los salarios estatales. Con esos datos, el déficit primario meta FMI acumulaba $359 mil millones en los últimos doce meses, ubicándose por debajo de la meta anual acordada con el FMI.
Esto le daba margen al gobierno para un aumento de salarios públicos y finalizar el año a “pura demagogia electoral”, que incluiría adelanto de haberes y aguinaldo para estatales y jubilados más algún extra en planes sociales. “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (San Pablo)
Director Ejecutivo de Fundación Esperanza, Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros.