Una idea que se repite para tratar de tapar la corrupción

Meses atrás, en la cátedra de Teoría Sociológica Moderna, hablando de temas de alto impacto como la situación de Rusia y Ucrania o el interminable problema de Cuba, sobre esto última se enfatizó y se dio un corto pero interesante cruce de ideas. El debate apuntaba a la calidad de la información, de cómo radios, TV y medios digitales desarrollan la información para los receptores; es decir, si existe o no una finalidad ideológica que pueda afectar la consciencia del oyente y alterar su comportamiento o postura frente a cualquier ideal político. Un compañero argumentó que disentía en su totalidad sobre lo que se comenta de Cuba. Según su punto de vista los medios mienten para controlarnos, justificando así aquello de lo que adolece dicho país, haciéndolo pasar como infamias y mentiras de la “prensa corrupta” al servicio del “capital”, que pretende desacreditar la perfecta teoría socialista. No es tarea del sociólogo anteponer sus creencias. ¿Cómo hacemos con el cubano que ha buscado por todos los medios posibles salir de su situación actual para ascender en la escala social y satisfacer su necesidades? No podemos aceptar el “todo está bien” o es una “vil mentira de los medios hegemónicos” cuando sabemos que “la mentira tiene patas cortas y tarde o temprano cojean”. Eso me hizo recordar uno de tantos ejemplos, el cual llevó a gran número de individuos a repetir esa idea: el caso Odebrecht, donde el innombrable decía que no aceptaría acusaciones sin pruebas. Algunos coreaban sin cesar “odiadores” o “prensa corrupta”. Sin embargo ese relato se cae con el caso del expresidente de Perú, Alejandro Toledo, factor clave para que se haga justicia en Ecuador. Una prensa corrupta no es la que critica una mala gestión o acto de corrupción, sino la que esconde dichos actos, favoreciendo al político de turno. No podemos vivir bajo narrativas que han hecho pensar que la calidad de la información depende de hacia quién va dirigida o si me afecta o no. Debemos estar abiertos al debate y a la crítica, y no creyendo que una situación difundida por un medio, nacional o internacional, es parte de una conspiración. No hay prensa más objetiva que aquella que se encuentra fuera de toda doctrina política. Como la realidad lo ha sabido mostrar, es eso lo que desacredita las opiniones de muchos, que anteponen el modelo ideológico al problema, alejándose de la franqueza y consintiendo algo que con el tiempo se caerá: la mentira.

Juan Farías

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