“Exceptuando el diablo, no hay en el mundo mayor enemigo del género humano que los avaros y los usureros, pues tantos unos como otros pretenden reinar como dioses sobre la humanidad (…) preferirían si de ellos dependiese, ver al mundo entero muerto de hambre, de sed, de miseria y de penuria, con tal de acapararlo todo, para poder repartir sus bienes entre los demás con su cuenta y razón y reducirlos a perpetua esclavitud”. (Lutero y la usura)
Estábamos terminando abril 2019, el riesgo de incumplimiento de pago de la deuda pública no se disminuía, el aumento generalizado de los precios continuaba, no había disminuido, y el precio del dólar desde octubre 2018 se contenía a pura crueldad recesiva.
La crisis que golpeó a la Argentina en 2018, la expectativa de una reactivación moderada para el segundo trimestre ya no era posible, y no se le podía vender a nadie que estuviera atento, por más que los amigos del gobierno simularan. El apócrifo diseño comunicacional que se apoyaba en la comparación interanual, a la gente no le llenaba la heladera.
Las cosas se habían vuelto más y más complicadas. La estabilidad macroeconómica no se había logrado, la solidez financiera menos aun; aunque esta última, apoyada por el FMI, le daría cierta gobernabilidad al sistema, en un año electoral. El dólar estaba subiendo a $ 45, a pesar de situarse la tasa de interés en casi 70% anual nominal.
La feroz compresión monetaria anunciada y su fuerte impacto en el crédito que caía de manera precipitada, constituían una combinación muy feroz. Había un añadido significativo de la demanda de dólares por parte de los inversores extranjeros que optaron por desarmar sus tenencias de Lecap, lo que generó una presión al alza acelerada sobre el tipo de cambio.
Desde el enfoque monetarista-no heterodoxo-, era obvio que con un solo instrumento (Leliq) era difícil lograr el objetivo de base monetaria, que consistía en mantener la calma del dólar y reducir la volatilidad de la tasa de interés (20% en 4 semanas, de 70% a 50% y luego al 70% de nuevo). Se encendía una luz anaranjada, no se habían renovado todos los vencimientos de Leliq.
Asimismo, desde el enfoque monetarista de corto plazo, la rigidez monetaria era infructífera para detener la inflación, en un contexto de ajuste permanente y pase residual de la devaluación de 2018, del 100%.
Con mayor debilidad en la actividad económica, la recaudación estaba cayendo, lo que dificultaba el cumplimiento del objetivo fiscal comprometido con el FMI, aunque la entidad multilateral autorizaba un déficit primario en 2019 que podía extenderse a (-0.5%) del PBI en lugar de “cero”, como proponía el obsecuente ministro Dujovne.
La proyección de la Fundación Esperanza era déficit primario de 1.5% del PBI, lo que impediría que el riesgo país y la tasa de interés interna bajaran. Los efectos destructivos de riesgo país y, consecuentemente, la tasa de interés sobre la actividad económica y el nivel de empleo, eran innegables, aunque todavía no lo habíamos visto todo, comparado con lo que iba a desencadenarse meses después.
En otro orden de cosas, la estrategia política del gobierno de demonizar a Cristina Kirchner, afectaba negativamente, por la estigmatización que tienen las economías desarrolladas, en su percepción de los gobiernos populares en América Latina. Una adulterada percepción, ya que luego de los años noventa y el fracaso rotundo de los gobiernos neoliberales, fueron los populismos quienes lograron reducir los déficits fiscales y externos, amortizar las deudas y, aumentar las reservas de sus bancos centrales.
Lo explicábamos a los bancos en New York, que inversamente a lo que se recogía del elenco estable de ecolobistas argentinos, fue durante el periodo de los Gobiernos Kirchner que se pagó la deuda, posteriormente al default que provocaron “Los Simuladores”, economistas amigables para los mercados (2001).
Nuevamente, el crecimiento extravagante de la deuda había estado en manos de muchos de los mismos technopols de 2001, quienes desde el comienzo conformaban el gabinete nacional. Eran ellos “los chicos malos”, aunque agradables para los bancos, cual los de la película "El golpe”, donde Robert Redford y Paul Newman estafaban y timaban, pero lucían tiernos para la platea financiera.
En abril 2019, estábamos en plena dinámica de estanflación, que registraría una variación negativa del PBI de alrededor de (-1.8%), una inflación del orden de (42%), y una caída en el empleo de alrededor de (-3.5%), si nada cambiaba violentamente. Ese contexto de predictibilidad tenía un escenario de transición que podía volverse desordenada, donde no era obvio que los dólares en Argentina alcanzaran para abastecer una demanda de u$s 18.000 millones.
En un escenario de inestabilidad financiera y cambiaria declarada, sin posibilidad de recuperación de la actividad, habría mayor caída en el empleo y agotamiento de ajuste permanente. Aunque la CGT no reaccionara, el campo social podía salirse de control, con un escenario económico tan desfavorable.
En el concurso electoral, el “techo” de Cristina Fernández comenzaba a elevarse. Nadie deseaba una crisis financiera desbordante, y menos Cristina Kirchner. En la Argentina sabíamos que una dinámica financiera inestable se puede volver explosiva. Si no se detenía el dólar y al mismo tiempo el riesgo país, la agonía seria corta, pero con consecuencias devastadoras. Si en cambio todo seguía su curso mediocre, al término del mandato de Mauricio Macri, decíamos que el PBI acumularía en cuatro años una caída de alrededor de (-5%). Y, eso fue lo que sucedió.
La continuación del gobierno ya estaba condicionada, se había colocado una trampa única para el próximo presidente. Una nueva reestructuración de deuda que incluiría al FMI, como veníamos afirmando. Si no se retomaba el camino del crecimiento primero, era inevitable incumplir con la deuda, pero estaba desechada la posibilidad, el dogmatismo estaba a cargo y el temor a lo desconocido los asfixia.
Los medios de comunicación locales intentaron hacer que Cristina pareciera una auténtica criminal, aunque no conseguían un solo fallo en su contra. La condena era mediática y de ahí se trasmitía a la gente de a pie. Lo lograron. En el exterior nos constaba mucho explicar contracorriente, en nuestras mismas butacas habían estado nueve agoreros y sortílegos por cada uno de nosotros.
La realidad económica fue contraria a la percepción y la campaña del entorno Cambiemos. Con ciudadanos de otro país, y economistas comunicadores sin prejuicios; la performance de los 12 años de gobierno de Néstor y Cristina Kirchner se hubieran convertido en un “caso de Harvard”. Desafortunadamente, teniendo mucho para mostrar, la expresidenta no construyó su perfil en el mundo. No era necesario traicionar ninguna convicción para explicar en los países desarrollados lo que se había hecho en la Argentina.
LA INFLACION TAMPOCO SE DETENIA
La inflación se aceleró fuertemente en marzo 2019. En enero fue del 2,9%, en febrero del 3,8% y en marzo del 4,7%. Al mismo tiempo, las “expectativas de inflación” exhibían un aumento significativo.
Según informaba la amigable UTDT (Universidad Torcuato Di Tella), la inflación esperada para los próximos 12 meses había aumentado a 40%. Esta aceleración de la inflación en 2018 y 2019 y las expectativas que continuaban siendo revisadas sistemáticamente hacia arriba, resaltaban la enorme dificultad que enfrentaba el gobierno.
El ajuste de los precios de los servicios en ese modelo de “capitalismo de amigos”, planteaba una indexación de los contratos permanentes, en particular, de las empresas energéticas: las compañías petroleras, las refinerías de petróleo, el transporte de combustible y las ventas al usuario final en las estaciones de servicio. La industria de la energía eléctrica, incluida la generación de electricidad, la distribución de energía eléctrica y las ventas, no dejaban de aumentar sus precios. En realidad, el presidente y sus ministros hacían lo que les pedían, favoreciendo a sus amigos, empresarios y CEO de estas compañías.
Actuando contradictoriamente a “sus presuntas convicciones”, espantaron al mundo con el anuncio de establecer un congelamiento de precios de una dimensión desconocida para los actores. En ese escenario las empresas de alimentos aumentaron sus precios para los ciudadanos, para 12 meses.
En conclusión, se demuestra, una vez más, que la rigidez monetaria es inefectiva en Argentina para bajar la tasa de inflación, per se. Sin embargo, la tecnocracia internacional y sus subordinados locales la impusieron en forma autoritaria y cruel. Íbamos de mal en peor, en forma muy acelerada.
Director Ejecutivo de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros.