En nuestra vida republicana todos los gobiernos hablan de conspiración cuando sus administraciones comienzan a tambalear. Afloran problemas sin solución por falta de capacidad y voluntad política para resolverlos y la salida más sencilla es decir que alguien no les permite gobernar. A pocos meses del inicio de un gobierno los electores se comienzan a desencantar y los índices de popularidad caen estrepitosamente. Aquí comienza a construirse una narrativa de conspiración, siendo el objetivo culpar a otros por su incapacidad de resolver los graves problemas. Así, la narrativa de conspiración coincide con un malestar general por los altos índices de criminalidad y delincuencia común y organizada, falta de medicinas en hospitales y de empleo digno, ingobernabilidad en cárceles, sicariatos, inercia en el combate a la corrupción e impunidad y la tragedia migratoria actual por falta de oportunidades, etc. Hay que saber diferenciar entre opositores y conspiradores pues los gobiernos de turno se vuelven alérgicos a la crítica, a la oposición constructiva y a los contrapesos. Es un patrón que los gobiernos de turno recurran a la vieja práctica de denunciar conspiración cuando su nivel de aceptación popular está por los suelos. Sería bueno que el presidente Lasso haga un análisis retrospectivo a lo interno de su gobierno y rectifique errores. Muchas veces sus mismos colaboradores conspiran contra su gobierno por su ineptitud, indolencia, soberbia, cinismo, inoperancia e irrespeto. Lo que nos queda es evitar caer en el engaño y locuacidad de los políticos.
Mario Vargas Ochoa