Es factible que las temperaturas globales por la intervención humana se disparen a niveles récord en los próximos cinco años, según ha advertido la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Estamos llevando al límite a nuestro planeta, de ahí que se crea que en un momento colapsará y terminará con todo lo que conocemos, por eso hay grupos de astrobiólogos que están buscado alternativas habitables en el universo. Estas afirmaciones parecen salidas de un libro de ciencia ficción. Pero no es así.
Esto es producido porque nuestra humanidad se encuentra desatada, desanudada, sin piedad, con acotada pulsión de vida. Pero para sostener semejante afirmación, tenemos que demostrarla. Entonces ¿En dónde podemos encontrar el creciente aumento de la crueldad humana?
Obviamente en la guerra, en el aumento de la pobreza, en el aumento del hambre, en la obscena concentración de la riqueza y en la destrucción de la naturaleza y de nuestra biodiversidad.
Situar la crueldad humana es bucear en la pulsión de muerte, en el goce oscuro. Nuestro mundo pareciera estar tomado por ella, es en un momento de bisagra, en donde nuestro destino como especie pareciera estar en juego. Hoy como nunca en la historia de la humanidad tenemos la posibilidad de autodestruirnos, por la intervención humana irresponsable sobre nuestro habitad. De la cual apasionadamente no queremos saber y que nos influye en el presente y el futuro inmediato.
A ciencia cierta esto es traumático y nos produce angustia, tristeza, desazón, melancolía y tendencias suicidas. Nos enferma. Y en muchos casos silenciosamente y sin que sepamos porque nos pasa.
Esta crueldad humana plantea graves riesgos para la salud mental según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), presentado en la Conferencia de Estocolmo+50.
Evidentemente, tenemos argumentos de sobra para demostrar nuestra tesis sobre la crueldad que pareciera gobernarnos. Solemos pensar y afirmar que la destrucción de nuestra especie pueda venir del exterior a nosotros mismos. Una pandemia, un asteroide o un cometa mata planetas, una invasión alienígena, una catástrofe natural, un accidente nuclear. Pero pocas veces situamos que seamos nosotros mismos quien estemos produciendo la sexta extinción masiva de nuestra biodiversidad. Afirmación que nos llama a la reflexión del horizonte posible en donde habitar, no solo para nosotros, sino también para nuestros hijos y nietos.
En los últimos 40 años destruimos el 60 % de la diversidad de nuestra naturaleza. El virus ha demostrado que la naturaleza está mejor sin nosotros. Esta conclusión que nos llama a la reflexión. Hemos presenciado como, durante las semanas de ASPO, los cielos se volvieron más bellos, la reducción de la contaminación auditiva nos permitió escuchar animales y cantos de pájaros que antes no oíamos.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha radiografiado los principales problemas ambientales del planeta, en el año 2050 unos 4.000 millones de personas vivirán en tierras desertificadas, sobre todo, en África y el sur de Asia, y confirma que la contaminación del aire mata ya a siete millones de personas, cada año. El estudio señala que la destrucción de la naturaleza se está dando a una velocidad nunca antes vista y nuestra necesidad de más alimentos y energía son los principales impulsores. Un millón de especies animales y vegetales están ahora en peligro de extinción. Este informe fue realizado por 250 científicos de 70 países.
Estamos produciendo un nuevo cataclismo en nuestra biosfera y si seguimos destruyéndola a la velocidad a la que lo estamos haciendo, la del Covid-19 no será la última pandemia a la que nos tendremos que enfrentar.
La Tierra se dirige hacia un suceso de extinción masiva, el sexto en los últimos 500 millones de años. La última vez que el planeta atravesó una situación similar fue hace unos 66 millones de años, y fue causada por un meteorito, ahora somos los humanos los únicos responsables. Lo que la Tierra sí deja en claro es que, si no tomamos medidas anti-ignorancia prontamente, la biósfera simplemente seguirá su curso sin nosotros, y creará nuevas versiones de sí misma en el clima cambiante que estamos generando ahora.
El problema no es salvar el planeta, ni a la vida en general, sino salvar a nuestra humanidad. La Tierra ha soportado otros cataclismos y es evidente que la ignorancia de estos hechos tiene graves consecuencias sobre el psiquismo porque es nuestro mundo y el mundo futuro de nuestros hijos y nietos el que está en riesgo. Literalmente esto es una especie de suicidio masivo, sea consciente o inconscientemente.
Lo sorprendente es que todavía estamos a tiempo de revertirlo, por esto situamos que estamos en un momento de bisagra. Estamos decidiendo cual va ser nuestro futuro. Queramos enterarnos o no. Es una época histórica para nuestra humanidad. ¿Nos gobernará la pulsión de vida o la de la muerte? Esta es la pregunta de las preguntas. Este es el desafío de nuestra época. Este es el desafío singular y colectivo que tenemos que atravesar.
Hoy tenemos la posibilidad, la responsabilidad ética de producir un cambio más ligado a la vida y no podemos demorarnos mucho en el regodeo en la pulsión de muerte. Estamos en un borde, en un límite. Por último, que nuestra elección colectiva sea por tener futuro y que no nos convirtamos en pasado.
Psicoanalista. Psicólogo Clínico. Lic. en Psicología (UBA).