El serbio Nikola Jokic fue la gran figura del flamante campeón de la NBA, Denver Nuggets. Su tremenda participación en las Finales ante Miami Heat quedará enmarcada en las retinas de todos los amantes de este deporte, no solo por su encendida actividad durante los partidos, sino también por su capacidad deportiva y su rica historia de vida enmarcada en la superación.
Nacido en Sombor, Serbia, y criado bajo un clima hostil, el gigante de 2,11 metros padeció los bombardeos por parte de la OTAN a su país durante once semanas.
“Recuerdo las sirenas, los refugios antibombas, las luces siempre apagadas... Vivíamos prácticamente en la oscuridad. Incluso a las 9 de la mañana todo estaba apagado. Yo no podía salir solo, mi madre no me dejaba si no me acompañaban mis hermanos”, relató en una pasada entrevista con sitio Bleacher Report.
Su vida siempre estuvo ligada al deporte y no necesariamente al básquet. La gran figura de la NBA también jugó al fútbol e hizo “waterpolo con mis hermanos, porque vivíamos compitiendo, pero nunca fui fanático de ninguno”.
El estudio también fue su fuerte y bastión clave de su crecimiento como profesional: “Todos los maestros de la escuela primaria me amaban porque nunca generaba problemas, estudiaba y siempre me estaba haciendo un poco el tonto. Era más alto que la mayoría de los chicos y chicas. Y el más gordo también (se ríe). Me encantaban algunas clases, como matemáticas e historia, eso es todo. Pero no me gustaban las actividades físicas. Incluso en mi época de la secundaria no podía hacer una flexión de brazos. Era el típico gordito tranquilo de la clase”.
“Yo jugaba de pivote, pero me gustaba ser base, picar la pelota y crear jugadas, aunque sin moverme mucho. No me gustaba exigirme e incluso solía llorar cada vez que tenía que ir a entrenar. Mi padre tenía que convencerme constantemente. No eran épocas en que el básquet me interesara tanto”, agregó.
A su vez, el pivote serbio admitió que cuando terminaba de entrenar era capaz de beber tres litros de Coca Cola. “Un vaso tras otro, no podía parar”.
Asimismo, recordó que su lugar en el mundo era el establo. Los caballos era su vida, sus mejores amigos.
“Eso lo heredó de mí. De pequeño limpiaba los establos antes de ir a la escuela”, relató su papá Branislav.
“Siempre los amé, me atrajo su belleza, y cuando vi carreras, que eran importantes en mi ciudad, me terminó de cautivar esa adrenalina que se vivía. Por eso quise subirme y experimentar esa sensación. Cuando estás arriba de un caballo y sentís que otro se acerca y lo tenés ahí, en el oído, es asombroso. Lo sentís. Sentís la tierra temblar cuando las herraduras golpean el terreno”, señaló Jokic, y admitió que “si no fuera basquetbolista, sería un chico de establo”.