Silvio Berlusconi fue un símbolo en varios sentidos, aunque no necesariamente de un modo virtuoso. Si no fue el primero, probablemente fue uno de los más emblemáticos exponentes del magnate devenido en político, alguien que supo convertir influencia en el mundo del espectáculo y el deporte en poder en un contexto de disolución de la partidocracia existente. Fue además un precursor en la especie de los conservadores libertinos, despreocupado constructor de una nueva derecha alegre y desprejuiciada, que pasó revestido de teflón por denuncias graves de corrupción y hasta de abuso de menores. Pese a todas las controversias y repudios que concentró por décadas, su fallecimiento por leucemia a los 86 años dejó una estela de pesar en Italia y muestras de respeto en varios países. La vida y la muerte contornan un asombroso compendio de contrastes.
Aunque su partido, Forza Italia, no dejó de languidecer en las últimas dos décadas y terminó sacando un magro 8% de los votos el año pasado, mantuvo influencia, lo que le permitió terminar sus días como senador.
La primera ministra Giorgia Meloni –una ultraderechista a la que Berlusconi le allanó el camino al poder–, decretó que mañana sea un día de duelo oficial y ponderó su “coraje” y su “determinación”, además de exagerar al definirlo como “uno de los hombres más influyentes de la historia de Italia”.
Varios exponentes de la derecha internacional le rindieron tributo, como los españoles José María Aznar y Alberto Núñez Feijóo, el británico Rishi Sunak y el israelí Benjamín Netanyahu. Otro Vladímir Putin, lo despidió como “un verdadero amigo”, lo que refrescó también críticas por haber quedado, en el marco de la guerra en Ucrania, “del lado equivocado de la historia”.
Hasta el papa Francisco, que se recupera de una operación, lo reconoció como un “protagonista de la vida política italiana que asumió sus responsabilidades públicas con temperamento enérgico”.
Berlusconi dejó huella y logró construir poder sobre las ruinas de un sistema político devastado por las revelaciones de la operación “Mani Pulite” contra la corrupción, lo que le permitió gobernar en cuatro períodos –durante un total de 3.340 días– a partir de 1994, más tiempo incluso que Giulio Andreotti Editorial Mondadori y, sobre todo, el grupo televisivo Mediaset fueron las bases de su fortuna y su notoriedad, pero sus negocios incluyeron también actividades en la banca y otros sectores. A mediados de los 80, sumó al club Milan, de rutilante desempeño internacional en los años 1990, lo que le dio más brillo a su imagen y facilitó su salto a la política.
La Italia expansiva de sus años de oro en la política era, se supo luego, producto de un gasto y un endeudamiento excesivos, lo que terminó en una crisis que puso en riesgo a la eurozona y llevó al final de su experiencia política grande en 2011. Ese colapso precipitó un ocaso que no produjeron sus escándalos políticos y personales ni sus provocaciones de tono machista.
Cristiano de boquilla, pero ante todo un anticomunista, en más de un sentido Berlusconi anticipó la figura de Donald Trump.
Vinculado por décadas con la mafia siciliana, la Cosa Nostra, vio cómo terminó condenado por esos lazos su amigo y cofundador de Forza Italia Marcello Dell’Utri. Esa agua no llegó a su orilla, pero otros casos sí lo llevaron al banquillo. Con todo, solo recibió una condena, que quedó firme en 2013, por fraude fiscal por 7,3 millones de euros en la venta de derechos televisivos. Esa condena, a cuatro años de prisión, terminó siendo rebajada y purgada con trabajos comunitarios. Evitó la cárcel, pero no una humillante expulsión del Senado y una inhabilitación que duró hasta 2018. Asimismo, hizo que se le retirara el título honorífico de “Cavaliere” que había recibido en 1977.
Las denuncias de corrupción corporativa, de sobornos a funcionarios de “la AFIP” italiana y de permanentes conflictos de intereses culminaron invariablemente en absoluciones o prescripciones. Más revulsivas fueron sus fiestas “bunga bunga”, de las que se vanagloriaba y que han sido descriptas como enormes orgías. En ellas, se ha dicho, participaban de mujeres menores de edad, pero él, divertido, decía que eran eventos muy serios. Sus detractores dicen que el silencio de esas chicas le salió extraordinariamente caro.
Si de menores se habla, hay que recordar el caso de la marroquí Karima el Mahgroub, “Ruby Robacorazones”, por el que fue acusado en 2015 de haberla prostituido y de abuso de autoridad. Según alegó, durante su relación no había estado al tanto de la condición de menor de Karima y los jueces no solo le creyeron eso, sino que no le pasaron factura por haber intercedido en una ocasión en la que esta había caído detenida por robo señalando –falsamente– que era la sobrina de Hosni Mubarak.
La joven también recibió dinero de Berlusconi, pero este alegó que fue a modo de desinteresada reparación por el escarnio que sufrió.
A él, el escarnio le resbalaba.