Pretender desacelerar una inflación alta y crónica manteniendo el nivel de actividad con fundamentalismo monetarista, es como tratar de detener el avance de un equipo contrario, sin defensa y con el arquero fuera del área.
El inconveniente del mejor equipo de los últimos 50 años era que en el corto plazo la inflación ya estaba determinada por la inercia inflacionaria que supieron duplicar.
La inflación pasada condicionaba la presente, porque los contratos en pesos, ante la pérdida de valor real, se indexaban tomando en cuenta la inflación pasada, con la desventaja que, con alta inflación se acortan los plazos y la tasa compuesta de inflación se potencia.
No es lo mismo negociar la tasa nominal a 365 días que a 90 días, ya que 4 capitalizaciones disparan la tasa nominal por efecto de la capitalización e incrementan la nominalidad de la tasa efectiva.
El ajuste de salarios frente a la inflación había sido 55% en el último año, claramente, los ajustes salariales debido a la puja distributiva intentaban perseguir la inflación.
La corrección de precios relativos con el cronograma de aumentos tarifarios concentrado en el primer semestre y los precios regulados, siguieron presionando al alza la inflación. El impulso inflacionario del pase a precios de la maxidevaluación 2018, con empresarios remarcando, tampoco ayudaba. Sin anclaje tarifario y cambiario era muy difícil pensar en una desaceleración de la tasa de inflación.
Los esquemas ultra ortodoxos nunca bajaron la inflación en la Argentina, tampoco las medidas heterodoxas chapucera y sin convicciones, diseñadas por inhábiles, sin programas serios. Se demandaba un esquema completo que reconociera la eliminación de expectativas desfavorables para romper la rutina inflacionaria.
El BCRA tenía que vigilar la reposición de las Letes, tanto en pesos como en dólares, para no asumir el riesgo que resurgieran nuevas necesidades de financiamiento en pesos, con el fin de cubrir la brecha de financiamiento del Tesoro en el último tramo del año. Pero era tarde, a cada paso iría trastabillando hasta llegar al default de Hernán Lacunza, en agosto 2019.
Además de todos los frentes abiertos, tenían que evitar transgredir las metas convenidas con el FMI, o se detendrían los desembolsos de junio y septiembre por u$s 5.400 millones cada uno (total: u$s 10.800 millones). Si se detenían los desembolsos, el default llegaría de una manera fulminante.
Cuando realizábamos simulaciones de escenarios, estaba claro que el mandato de Macri concluiría sin mejorar ningún índice macroeconómico clave, y arruinando los que había prometido mejorar. El escenario base de junio proyectaba un desfasaje fiscal de 7% del PBI, si bien había tocado 11.8% en el primer trimestre 2018, un tipo de cambio nominal de 6 veces el ultimo de Cristina Kirchner, con aumentos de tarifas de hasta 30 veces más caras.
El déficit fiscal después de intereses era inabordable, generaba mayores necesidades de financiamiento con una deuda pública incrementada en u$s 106.000 millones, sin acceso a los mercados financieros, estábamos al corriente que sería necesario continuar con más ajuste fiscal para hacer sostenible la deuda.
Macri dejaría el país, sin un régimen monetario apropiado para una economía bimonetaria, con bajas reservas netas, en medio de la ausencia de credibilidad en el peso, dolarización de carteras, con una inflación del 54.7%, más del doble de la que heredó.
La Argentina iba a requerir acuerdos sociales para detener la inflación, porque el austericidio monetarista no había hecho más que agravar los problemas existentes, sin haber resuelto ninguno de los que había previamente. Sin reactivación del nivel de actividad, 2019 se encaminaba a ser un año de caída del ingreso per cápita de 11% frente al tomado en 2015, cuando terminó el mandato Cristina Kirchner.
Dentro de los desafíos financieros que tendría que afrontar el próximo presidente estaban los pagos de la deuda pública con el sector privado y la renegociación del acuerdo con el FMI. En lo macroeconómico, la estabilidad de precios, la recuperación del saldo de la cuenta corriente de balanza de pagos, el nivel de empleo e inclusive la competitividad. Todo esto, cuando aún nadie se imaginaba el Covid-19, la guerra en Europa, y la sequía 2023. Pasar por una racha de muy mala suerte no alcanza para describir lo que le sucedió a Alberto Fernández, además de la insufrible transmisión de la herencia macrista.
Director de Fundación Esperanza. https://fundacionesperanza.com.ar/ Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros