La dolarización es una opción típica de los países subdesarrollados. La dirigencia y gobiernos que apelan y apelaron a esta medida político-económica tienen un accionar similar al de los niños, es decir quieren las cosas pero no sus consecuencias.
Este debate histórico entre el peso y el dólar en nuestra sociedad roza lo patológico, y así el “Círculo Rojo” de empresarios para estatales, los rojos convencidos eternamente enamorados, los amarillos ineptos, “inocentes” y distraídos, los victimizados azules y blancos judicializados, los libertarios histriónicos caricaturescos, todos entran por el aro que el sistema les impone marcándoles una agenda cíclica por donde tienen que ir sus discursos, su accionar y sus temarios.
A la dolarización, a grandes rasgos, se la califica como el proceso por intermedio del cual un país adopta el dólar estadounidense como su moneda oficial en lugar de tener su propia moneda nacional. Para algunos defensores y proselitistas de la dolarización, los efectos de ésta en la economía argentina podrían ser los siguientes:
Se eliminaría la volatilidad asociada con la moneda nacional, ya que el dólar es considerado para muchos una moneda más estable, de hecho su color verde psicológicamente genera calma. Según ellos, la moneda americana podría ayudar a controlar la descomedida inflación que azota para este tiempo a todo el país y reducir las expectativas de devaluación, lo que a su vez podría generar mayor confianza en la economía. La dolarización implicaría que todas las transacciones que se efectúan, desde compras a mayoristas y minoristas, depósitos bancarios, ahorros, deudas, y acreencias, pasaran a convertirse en dólares, porque la exigencia consiste en que todo lo que lleve signos pesos debe ser convertido a dólar.
Algunos calculan que la cantidad de moneda nacional que se requeriría para que esto prospere rondaría los 18 mil billones de pesos. Una cifra cercana al cambio actual que el valor de esta moneda cotiza ilegalmente en la “calle” sería equivalente a unos 44 mil millones de dólares, cifra que comparada con los 220 mil millones de esa misma moneda utilizada para llevar a cabo el último mundial de futbol no sorprende. Pero vistas las escasas reservas del Banco Central, que oscilarían entre los 1700 y 2200 millones de dólares, hacen que esto parezca un anhelo de cumplimiento casi imposible. Salvo que lo que se busque de manera encubierta, respaldado por los organismos mundiales, sea sumir al país hacia una abrupta y despiadada devaluación que cree un escenario favorable a sus intereses, en donde unos sufren por lo que van a perder, y otros frotan sus manos haciendo cuentas que por cada 10 mil pesos la pobre gente recibiría 1 sólo dólar a cambio.
Siguiendo en esta línea de razonamiento, las transacciones comerciales con otros países se facilitarían, ya que se eliminarían los costos y riesgos asociados con la conversión de monedas. Esto conseguiría impulsar el comercio exterior y atraer inversiones extranjeras, pero asimismo podría generar una mayor dependencia de las importaciones, ya que el país tendría que adquirir bienes y servicios en dólares. Esto cuando se hizo sin control alguno, y se usó demagógicamente, perjudicó a las industrias locales, especialmente a las pequeñas y medianas empresas que tenían dificultades para competir con productos importados más baratos como aconteciera en décadas pasadas. Esto terminó arrojando un catastrófico resultado en la disminución de la producción nacional, quiebre de empresas y la consiguiente pérdida de empleos en el sector industrial, como así también por ejemplo en la hotelería y gastronomía.
En fin, si se optara por la dolarización, Argentina declinaría parte de su soberanía que es su moneda; su capacidad de ejercer políticas monetarias como la devaluación o la emisión de dinero para estimular la economía en momentos como estos de crisis; asimismo se limitaría las opciones de política-económica y dificultaría la recuperación en situaciones para la nación muy desfavorables. Los gobiernos plagados de corsarios políticos que se han apoderado del Estado como un botín de guerra no podrán financiar sus gastos a través de la emisión monetaria como viene siendo el estilo predilecto por décadas de gobiernos ineficientes.
Los argentinos tenemos que entender de una vez y para siempre que por más que se opte por el dólar o se siga con los pesos, si la administración continúa siendo delegada en manos de inescrupulosos y palabristas profesionales todo va a seguir siendo como hasta ahora. Un rotundo y decepcionante fracaso, porque el problema no está en la economía sino en su dirigencia.
Abogado. Secretario General del Sindicato de Trabajadores Municipales de Vicente López.