Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte LXXVIII)

 Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte LXXVIII)

Desde siempre estudiamos las normativas del BCRA, nunca habíamos visto que un banco pudiera concentrar el 61% de sus créditos en un solo cliente-como el FMI-. Lagarde se iba de la entidad, ¿sería la pura contingencia? El director-Gerente del FMI tiene la habilidad de aislar a los políticos que no se someten, pero los funcionarios argentinos superaban el promedio de las expectativas de subordinación. La relación con la rama política de la organización devino romántica, Macri dijo: “Debo confesar que con Christine (Lagarde) hemos empezado una gran relación, que espero que funcione muy bien y que termine con toda la Argentina enamorada de Christine”. Luego llegaría el tiempo de tratar con la línea: Los técnicos del FMI.

Un ex presidente del BCRA sugirió sacar del vocabulario: “renegociar” o “reestructurar” la deuda. Según Redrado “cuando lo dice un argentino, el mundo lo entiende como un sinónimo de default”. Lo que insinuaba es que debían usarse formulas y postulados superfluos. En esas artes, él era muy hábil. En el otro extremo, Cavallo fue temerario, aseguró: “las declaraciones de Alberto Fernández no ayudan a despejar el horizonte del riesgo de explosión inflacionaria y de default de la deuda externa para el caso de un triunfo de la fórmula Fernández-Cristina…”.

Eran los indestructibles, el sequito de los organismos multilaterales, de perfil amigable para los mercados, mixtura de petulancia e impotencia, aun cuando se han ido siempre con fracasos estrepitosos, escándalos o historias farandulescas. Cada tanto regresan y, en 2019 ya empezaban a hacer campaña para regresar.

Los technopols (Jorge Domínguez - Pr. Harvard), contingente de actores transversales a los partidos en quienes convergen dos recursos: certificados de universidades de gran marketing mundial, y promoción de operadores invisibles con llegada a cualquier partido político.

Son dogmáticos, aprendieron que una ecuación es lo único importante. Eligen creer que pueden controlarlo todo, inclusive lo que no ven, hasta que un estallido social los vuelve momentáneamente lúcidos.

Lo que Redrado sugería era justo lo que prevaleció por 40 meses, un estilo de liderazgo frívolo con lenguaje ambiguo que no generó ninguna certeza. Como resultado, se habían depositado todas las voluntades en el supremo (FMI), incapaz de vislumbrar la magnitud de la crisis social que paseaba por las calles de nuestro pais.

El margen de maniobra era limitado. El equipo económico generaba proposiciones heterodoxas, mucho menos sofisticadas, aunque más incoherentes que las de Cavallo en 2001.

Mientras se implementaba un ajuste fiscal y monetario brutal, extendían los días para el crédito: “Ahora 12”, y otorgaban subsidios para vender automóviles importados. El ministro de producción-previamente cercano a Ratazzi-debería explicar cómo, dónde y para qué. Pero abonar la factura de gas domiciliaria en cuotas, fue lo más bochornoso que se les había ocurrido. Cada decisión que tomaba el Gobierno provocaba nuevas frustraciones. Caída de la recaudación encubierta, desplome del salario y el empleo registrado.

Los constantes intentos de saltear la normativa suspendiendo las PASO, o tratando de proscribir al ahora converso Espert, no les ayudaban. Los anuncios grandilocuentes como la inminente unión UE-Mercosur, y los incumplimientos minaban cada vez más la confianza y la capacidad de gobernar. Las Pymes se concursaban o quebraban. Cerraba la centenaria pinturería Alba y el coqueto Shopping Del Parque. Tecpetrol retiraba sus acciones del mercado. Resultaba cada vez más difícil recuperar la popularidad del presidente que, en buena medida ya se había perdido.

En caída libre la economía, en abril, las ventas en shoppings se derrumbaron 23% y 12.6% en supermercados. Había despidos en corporaciones internacionales como Unilever y, hasta Latec de Caputo. No registraban el clima de incertidumbre y desconfianza. Mientras Cavallo repetía la estrategia perturbadora que uso en 1989 contra Alfonsín, Redrado como en 2001 daba seguridades en los medios diciendo que todo estaba bien. Uno jugaba al caos, el otro a la paz, ambos deseaban ser convocados.

La credibilidad del gobierno era cercana a cero, y no dependía de un lenguaje de plástico o piromaníaco. Alberto Fernández lucia moderado, en el mejor de los sentidos. No parecía alguien de quien se pudiera esperar violencia económica. Los mercados deberían haberlo sabido, pero estaban muy mal informados por los economistas militantes del establishment. No era razonable que el candidato aceptara la ficción que le depositó toda la culpa de la desdicha a las encuestas que lo daba ganador.

El dólar estaba retrasado-según sus propias mediciones-y el ajuste realizado no alcanzó los objetivos. Los “costos laborales” en dólares habían caído por debajo de otros países de Latinoamérica. Sin embargo, las miradas estaban en la baja competitividad, por la carga impositiva, los extravagantes costos financieros, tarifas inauditas y remarcación “por las dudas”. Redrado dijo que en la Argentina el pase a precios es de 50%. Debería haber revisado algo más que 2002, porque eso se dio en medio de una gran depresión de 16 trimestres consecutivos. En 1989/90, el pass through o pase a precios fue 83% y, en 1990/91 superó 265%. La experiencia mundial sobre los efectos de una devaluación sobre el nivel de precios no es infalible.

El pass through, depende del contexto político-económico, el nivel de desempleo, el grado de sindicalización, el nivel y, la volatilidad inflacionaria. La historia de las devaluaciones durante las ochenta ha dado ejemplos donde la depreciación produjo inflaciones transitorias y bajas o altas y duraderas. Es cierto que en los noventa, países con programas pro mercados y ayuda del FMI, con poder político, limitaron los efectos de la devaluación sobre la inflación.

Entre los technopols había un “mantra” compartido: “reducir el gasto corriente”, que no es eliminar el déficit primario. El gasto es una decisión política, en cambio reducir el déficit es una decisión económica saludable. Que, ahora dicen los que acompañaron, debería haberse implementado al principio. Supuestamente se ha caído en una convicción tardía.

El festival de deuda demoró el aluvión de despidos, la caída del poder de compra y, ganó la elección 2017. La pobreza e indigencia estaban en niveles preocupantes. Amenazaba la protesta de los infortunados y, más adelante serían los de la clase media, aterrorizada por la posibilidad de despido y el consumo de sus ahorros.

La experiencia Cambiemos fue ganando su propio desprestigio, luego de haber desacreditado a todo el sistema político y corporativo del régimen anterior.

El demérito también sobrevino del FMI. Lagarde-como Pilatos- resumió antes de irse: “subestimamos la situación complicada de Argentina”. Ausencia total de aquella luz en el final del túnel que vio Gabriela Michetti.

En julio 2019 existía temor en los banqueros y camaradas políticos y de negocios. En seis meses podían perder la autoridad política que garantizaba la voluntarista devolución de los préstamos y el mantenimiento del capitalismo de amigos.

Otra vez como en las presidencias Menem, las resistencias a las reformas estructurales regresaban de la mano del movimiento obrero organizado-un paro general compacto y otro en curso - y el propio peronismo reagrupado, contra toda esperanza oficialista. Menem piloteó las presiones gracias a la victoria contra la inflación, a Macri la carestía de la vida lo deslegitimó.

El éxito antinflacionario que consiguió Cavallo fue clave para asegurar un apoyo popular que Macri no tenía. Macri no acreditaba la gestión y el carisma de Menem, 2019 iba tornándose más parecido a 2001 que a 1999, aun con un blindaje de los organismos multilaterales que De la Rúa no gozó.

El principio de comparación de la población, fue el bienestar de 2015, comparado con el fracaso de 2019. Al cotejar la calidad de vida promedio, la ciudadanía empezaba a desear que se fueran. La urgencia seguía como antes de la llegada del FMI, ahora estaban sin Lagarde. Pichetto intentaba, pero los grados de aislamiento empezaban a percibirse.

El poder sabe cambiar de manos, la nueva aspiración tenía que ver con una reversión de las políticas. Con este tipo de panorama siempre surge la necesidad de recrear justicia social. Existirían diferencias de ejecución e ímpetu, pero se desafiaría la impasibilidad del sistema financiero-por falencia explicita-. En agosto Lacunza sería el chivo expiatorio que declararía el “reperfilamiento”, o default selectivo.

Podemos encontrar diferentes motivos y grados de responsabilidad para asignarle a los actores y a los plateístas que en julio 2019 se rasgaban las vestiduras, pero una cosa era segura; todos estuvieron conscientes de los riesgos que conllevaba el experimento.

Director de Fundación Esperanza. https://fundacionesperanza.com.ar/ Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros

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