La última vez que estuvieron todos juntos fue en octubre.
El encuentro se realizó en la casa del Presidente electo, José Antonio Kast, en Buin, y reunió a gran parte de un clan familiar que hoy supera las 70 personas entre hijos, parejas, nietos y bisnietos.
Hubo asado -la comida preferida del mandatario electo- y un ambiente distendido, en el que se recordó especialmente a Olga Rist, la madre de la familia, fallecida en 2015 a los 91 años.
Aunque esta vez el dueño de casa se encontraba en plena carrera presidencial -y con altas probabilidades, según todas las encuestas, de llegar a La Moneda-, aquello no fue motivo para ausentarse. No podía: la reunión familiar anual es un rito que se cumple sagradamente y que busca mantener unidos a los Kast, una familia que llegó a Chile en 1950, dejando atrás la Alemania de posguerra.
El primero en llegar a Chile fue Miguel Kast Schindele, padre de José Antonio Kast.
Tras participar en la Segunda Guerra Mundial como soldado de la Wehrmatch, el ejército alemán, decidió ir a probar suerte al otro lado del mundo luego de que un vecino le dijera que en Chile podría encontrar nuevas y mejores oportunidades.
Miguel ya estaba casado con Olga Rist y tenían dos hijos: “Miguelito” y Bárbara. A pesar de que la idea de dejar Alemania fue resistida por sus familiares y amigos, acordaron que él partiría primero y ella lo esperaría en Bavaria -en el sudeste de Alemania- mientras el esposo preparaba en Chile la llegada del resto del clan.
Después de un mes en barco, Miguel Kast llegó solo y sin dinero a la Estación Mapocho. Se trasladó a una vieja casona en calle Catedral, en el centro de Santiago, hasta que vio un aviso en El Mercurio de una propiedad de 4 hectáreas en Buin y la compró. Entonces, Olga Rist y los dos niños -uno de 2 años; la otra de apenas ocho meses- emprendieron rumbo a Chile. Llegaron en abril de 1951.
De acuerdo con el libro Misión de amor -una biografía de Olga Rist encargada por la familia Kast a la autora Angélica Arteaga-, la mujer se desilusionó apenas vio la casa que les tenía Miguel en Buin: un pequeño rancho de adobe con techo de paja; el piso era de tierra, no tenía electricidad y el agua había que ir a buscarla afuera. En esos tiempos, la zona era de campesinos, con altos índices de pobreza.
Los primeros años fueron difíciles. No tenían dinero y la familia vivió en condiciones precarias. Ningún negocio les resultaba. Miguel Kast, técnico agrícola, plantó maíz, hortalizas, coliflores, repollos, arvejas… pero nada creció.
Luego probó con los huevos. Llegó a tener 9 mil gallinas ponedoras y una producción de 7 mil huevos diarios. Pero no era suficiente para sostener a su familia, así que decidió dedicarse a la crianza y venta de aves.
A fines de 1950, con ocho de sus 10 hijos nacidos -faltaban Rita y José Antonio-, Miguel Kast decidió cambiar nuevamente de rubro: las cecinas. Se compró una máquina embutidora y se lanzó. El matrimonio se levantaba a las 5 am todos los días para preparar los despachos que salían dos horas después: él se encargaba de la mercadería y ella de las facturas. Llegaron a faenar 20 cerdos a la semana. Vendían a distribuidores y directo en la Vega Central.
En 1962 dieron el salto definitivo. En el kilómetro 42 de la Ruta 5 Sur, junto a la ermita de Fátima, abrieron el primer Bavaria: un local de 20 metros cuadrados donde vendían cecinas y sándwiches preparados por Olga. Fue éxito inmediato. Al año ya contaban con recursos para reinvertir en nuevos proyectos, mientras la marca Cecinas Bavaria comenzaba a hacerse conocida a nivel nacional.
Cuando el negocio ya avanzaba a paso firme, en 1966 nació el menor de los hijos, José Antonio. Su infancia, por eso, fue distinta a la de sus hermanos mayores, quienes habían crecido en medio de estrecheces económicas.
Cuando el niño tenía 3 años, con motivo de la llegada del hombre a la Luna en 1969, Miguel compró dos televisores grandes, en blanco y negro, marca Geloso. Uno de ellos se instaló en el patio de la casa familiar, frente a unas bancas donde se sentó gente que trabajaba en la fábrica y vivía cerca.
Desde pequeños, los hijos Kast asumieron responsabilidades en el negocio familiar. Los hombres -incluido el menor- se encargaban de limpiar los interiores de los animales y colaborar en la elaboración de las cecinas; las mujeres, a partir de los 12 años, trabajaban como cajeras.
Otra característica de ese hogar es que se hablaba en alemán. De esa manera, aseguran cercanos, todos los hijos resultaron bilingües. Y hay otra particularidad, que han reconocido los propios hermanos Kast Rist: vivían en Buin hasta los 5 años, luego -cuando entraban al colegio- se trasladaban a Santiago, a una casa que había comprado el padre, donde permanecían de lunes a viernes y regresaban a la parcela familiar los fines de semana. Cuando estaban en Santiago los cuidaba una señora de confianza, a quien llamaban Oma (abuelita, en alemán). En una de las franjas televisivas de la segunda vuelta presidencial, José Antonio Kast se refirió a ella.
“No era mi abuelita, pero me crió. Ella trabajaba en una casa con niños que eran judíos que fueron asesinados por los nazis, siendo ella alemana. Ella perdió su dentadura porque esos mismos le rompieron la dentadura. Entonces, cuando a uno le dicen: ‘Es que este es cuico y es nazi’; yo les digo: ‘Mira, no conoces mi origen, tú no sabes lo que le hicieron los nazis a la persona que yo más quiero después de mis padres’”, dijo el Presidente electo.
Miguel Kast Rist -el mayor de los hermanos- fue desde muy joven la mano derecha de su padre. Pero cuando entró a estudiar Economía a la Universidad Católica, sus intereses cambiaron: marcado por la pobreza en la que había crecido en la Alemania de la posguerra y en Buin, fue estrechando sus lazos con la política y el servicio público. Primero, ingresó a la DC -participó en la campaña presidencial de Eduardo Frei Montalva-, y luego se transformó al gremialismo y conoció a líderes como Jaime Guzmán.
Lo que sigue es historia conocida: tras egresar en 1971, se fue a estudiar a la Universidad de Chicago, alejándose aún más del negocio de las cecinas de sus padres. Después del golpe militar de 1973, Miguel Kast regresó a Chile como uno de los “Chicago Boys” y en el régimen de Augusto Pinochet fue ministro de la Oficina de Planificación Nacional (Odeplan), del Trabajo y presidente del Banco Central.
Su carrera política era prometedora. Quienes lo conocieron, afirman a DF MAS que “tenía un carisma especial; era un gran reclutador, imposible decirle que no”. Solía hacer reuniones -conocidas como los “almuerzos del Odeplan”- donde frente a una veintena de invitados, a quienes les daba una marraqueta con jamón y palta, intentaba transmitir su vocación por el servicio público.
Sus planes se vieron truncados por un cáncer diagnosticado en enero de 1983. Aunque intentó enfrentarlo -incluso viajó a EEUU para estudiar el origen de su enfermedad-, ya era generalizado. Los doctores le dijeron que había poco que hacer. Vivió sus últimos días en su habitación en el segundo piso de su casa, en la calle Bilbao en Santiago, la misma donde había vivido de pequeño, mientras estudiaba en el Colegio Alemán. Sus amigos cuentan que lo iban a ver todos los días a las 7:30 de la tarde para rezar el rosario y hablar de política. “Él era muy abierto para hablar de su enfermedad y transmitir lo que estaba sintiendo”, señala un cercano.
Falleció el 18 de septiembre de 1983. A los 34 años. Su hermano menor, José Antonio, tenía 17. Su muerte fue un golpe fuerte para él y toda la familia Kast Rist. Su mamá Olga dejó de trabajar en la fábrica de cecinas para dedicarse a los nietos que quedaron sin papá: Miguel, Pablo, Felipe (senador), Tomás (diputado electo) y Bárbara.
Pero la muerte de Miguel no fue la única que golpeó a los Kast Rist.
Años antes de que le diagnosticaran cáncer al hermano mayor, hubo dos hermanas que fallecieron en circunstancias dramáticas.
La primera de ellas fue Mónica, quien el 24 de diciembre de 1958, cuando apenas tenía un año y 10 meses, se cayó a un canal de la parcela familiar en Buin. En el libro Misión de amor se relata en detalle este episodio. “Después de su siesta, la vistieron y, sin que nadie se percatara, la niña salió de la casa caminando sola. Llegó hasta la entrada de la parcela donde corría el canal”, dice.
Cuando Olga se percató que la niña no estaba, ya era demasiado tarde.
“Miguel (el papá) subió a su vieja camioneta, partiendo a toda velocidad por el camino de tierra que pasaba frente a la parcela. Casi a un kilómetro de distancia, cerca de la primera compuerta, encontró sus zapatitos rojos y un poco más allá, flotando en el agua, a la niña”, relata el libro.
Desesperado, corrió con ella al hospital de Buin, pero fue inútil. Horas después, Miguel volvió a su casa con el cuerpo de Mónica. “Olga bañó y vistió por última vez a su pequeña niña. Luego la acostó en su cunita, la cubrió con los pétalos de rosas recogidos del jardín y la dejó bajo el árbol de Navidad”, se lee en el libro.
En 2021, en una entrevista con Don Francisco en Las caras de La Moneda, para su segunda aventura presidencial, José Antonio Kast se refirió a la muerte de su hermana, a quien no conoció pero que, de todas formas, marcó profundamente su historia familiar: “Nosotros tenemos esa relación compleja: en el día más alegre del mundo cristiano, mi hermana falleció. Pero mi mamá tuvo una virtud: nunca nos traspasó su dolor, yo nunca tuve una Navidad triste”.
10 años después del fallecimiento de Mónica, en 1968 otro accidente fatal golpeó a los Kast Rist. Bárbara -la segunda hija, muy cercana a su hermano mayor- murió a los 18 años en un accidente automovilístico en la calle José Domingo Cañas, Ñuñoa. Su pequeño Fiat 600 -regalo de sus padres, en el cual sacaba a pasear a sus hermanos menores, Hans y José Antonio- fue impactado por una camioneta Station Wagon que no respetó la luz roja.
Bárbara era una muy creyente, miembro del movimiento de Schoenstatt y, según el Presidente electo, “pintaba para monjita”. Tras su muerte, su madre descubrió su diario de vida que revelaba la profundidad de su fe. En el mundo religioso, sigue siendo un referente. Desde 1994, un liceo de Paine lleva su nombre.
Según el libro Misión de amor, cuando Hans Kast -el octavo de los hijos, nacido en 1961- cumplió 18 años le contó a sus padres que quería entrar al seminario: “Miguel le pidió que primero terminara sus estudios en la universidad (...). En marzo de 1985, Hans ingresó al Seminario Pontificio Mayor y, después de siete años, en diciembre de 1991, fue ordenado sacerdote”.
Olga, la madre, decía que era una vocación preciosa, pero muy difícil. “Cierta vez una amiga le preguntó qué es tener un hijo sacerdote. ‘Una dulce cruz’, respondió Olga”, cuenta el libro.
De un estricto bajo perfil, muy discreto, el nombre de Hans Kast salió a la luz pública como el primer religioso que presentó una denuncia contra Fernando Karadima, luego de haber formado parte del círculo cercano del entonces poderoso párroco de El Bosque. Lo hizo formalmente en 2010, como testigo de distintos actos impropios cometidos por el sacerdote desde hacía varios años antes. Declaró en tribunales en mayo 2011, tiempo en que era canciller del Arzobispado de Santiago. A su salida del 34 Juzgado del Crimen de la capital, dijo: “Esperemos que se haga justicia, que se conozca la verdad, la verdad nos hace libres”.
Según familiares, uno de sus principales apoyos e impulso para que se alejara del párroco de El Bosque fue la madre, Olga. La denuncia que hizo Hans es aún muy valorada dentro del clan. “Para mí es un héroe, fue muy valiente”, comenta un sobrino. En el mundo de los Kast Rist, los sacerdotes cercanos a la familia eran los de la zona -Buin, Paine-, no Karadima.
Consultados por DF MAS, jóvenes que compartieron con Hans Kast en esos años de la parroquia de El Bosque lo recuerdan como alguien “muy buena persona, honesto, auténtico, inteligente, directo”. Uno de ellos va más allá: “Él fue quien primero me advirtió de las acciones de abuso de Karadima. Era alguien correcto en medio de un ambiente con Karadima donde todo era raro, chueco… Él decía las cosas”.
De esa época, resaltan también que “era divertido, alegre, con buen sentido del humor. Muy buena persona”.
En una entrevista en octubre de 2011, el entonces diputado José Antonio Kast se refirió al camino religioso de su hermano y su rol como denunciante de Karadima: “Miro la vocación sacerdotal de mi hermano Hans con orgullo. Que haya testificado en el caso Karadima me llena de orgullo, porque se atrevió a decir que algo estaba mal y muchos no lo hicieron. Él era mi compañero de pieza. Nunca pensé que iba a ser cura, era bueno para los negocios, deportista, le iba bien con las niñas. Pero estuve feliz cuando lo decidió, tiene una gran vocación”.
En 2019, Hans Kast pidió el cese de sus deberes sacerdotales. Su solicitud fue aceptada y así puso fin a más de 25 años de sacerdocio, parte de los cuales ejerció como párroco en la Parroquia San Pedro de Las Condes.
Según un familiar, Hans Kast -magíster en Teología- está con pareja, no tiene hijos y mantiene buenas relaciones con su familia. Va a las reuniones que organizan. Cuando era sacerdote, hacía además las misas para esos encuentros. Vive hoy en el mismo condominio que su hermano José Antonio, al lado del colegio Campanario en Buin.
Las reuniones familiares de los Kast son masivas. Según asistentes, es José Antonio Kast el alma de estas celebraciones. “Tomaba el micrófono, asumía un rol de darle la bienvenida a los nuevos pololos o pololas, los hacía pasar adelante, presentarse. Todos se reían. José Antonio es bien liviano y bien sociable en el ambiente familiar, pese a que en política puede mostrarse duro”, recuerdan.
El Presidente electo es, dicen, cercano a todos sus hermanos. Especialmente a Cristián, “quien se quedó con los negocios familiares y los trabaja sin descanso. Es también la billetera para apoyar a sus hermanos”, señala un cercano a la familia.
Durante mucho tiempo, Cristián y su hermano menor fueron vecinos en el terreno amplio en Buin donde se había instalado la vivienda de sus padres y la fábrica. Fueron los únicos dos hermanos Kast Rist que se mantuvieron ahí. Cristián se construyó su casa en 1985; José Antonio lo hizo en 1991, tras casarse con María Pía Adriasola. Los hijos de ambos eran muy cercanos a sus abuelos, Olga y Miguel, quienes los recibían con frecuencia en su casa y les daban dulces.
Cristián Kast es un hombre de bajo perfil. Jamás ha dado una entrevista. Según sus cercanos, suele repetir que el éxito de Bavaria es mérito de su padre, aunque entre los Kast dicen que fue él quien transformó el local de Buin en una empresa con presencia en todo Chile. Además, ha impulsado negocios inmobiliarios.
De las hermanas no se sabe mucho, pues desarrollan sus vidas en total privacidad. Rita, una de las hermanas menores, trabaja en una empresa que se dedica a las ventas de garage, por ejemplo, de muebles usados. Gabriela, por su parte, escribe libros religiosos para niños; después de años de hacer clases en Las Ursulinas. En el caso de Verónica y de Erica, cuenta un cercano, se han enfocado más en la crianza de sus hijos y en sus hogares.
“Hay muy buena onda entre todos. Se encuentran en las celebraciones familiares, se ven algunos durante la semana, se llaman. Sus hijos además son cercanos entre ellos”, señala un amigo de la familia. Y ejemplifica esta buena sintonía: hace unos dos años se casó uno de los hijos de José Antonio y no se contrató ninguna banquetera -teniendo los recursos para hacerlo-, ya que de todo ese trabajo se encargaron sus tías Kast Rist.
