La nueva administración municipal de Quito está enviando señales de que es capaz de borrar con el codo aquellas cosas positivas que hace con la mano. Si días antes de asumir su mandato el flamante alcalde presentó un equipo de colaboradores que, con una que otra excepción, parecía articulado con una visión técnica antes que política, el día de su posesión hizo un anuncio que contradijo aquello: volver a colocar el busto del expresidente argentino Néstor Kirchner, que estuvo hasta 2018 en la Plaza Argentina. El busto fue retirado ese año cuando las evidencias sobre la corrupción del exmandatario se hicieron públicas y la justicia de ese país inició procesos judiciales que hasta ahora están pendientes. Volver a colocarlo en las actuales circunstancias, más aún cuando todavía está en trámite el célebre caso Vialidad, constituye un acto de provocación con sesgo ideológico.
Las convicciones ideológicas del alcalde son una cosa, pero la sensibilidad de los quiteños es otra. El alcalde debería tener la empatía suficiente para entender que si apenas ganó con el 25 % de los votos no debería desafiar el sentir de todos sus mandantes.
Elevar a la categoría de prohombres a personas sobre las que hay más que razonables dudas de corrupción es una forma de normalizar esa conducta.