Los políticos demagogos no son la solución a los graves problemas, son el problema. Pero quienes se consideran antidemagogos viven escondidos llevando una vida plácida, esperando que las fuerzas divinas nos salven de los malos ciudadanos que solo ambicionan el poder para disfrutar de las mieles que del olimpo politiquero. Los que no se consideran políticos se quedan en sus casas, en sus lugares de trabajo, en las academias, las iglesias o en medios de comunicación. No participan en política más que en tiempos electorales o emitiendo críticas discretas cuando las cosas no salen como desean. La displicencia, la desidia o la comodidad los sumerge en el sueño eterno de la vida confortable o en el pesimismo profundo, y ceden sus lugares a demagogos, que existen en todos los gobiernos, academia, organizaciones y en la oposición política. Personas o grupos sin color ni bandera política, que solo ansían mantener el estatus. Cuando llega un nuevo gobernante su norte es subirse a la camioneta del poder y convertirse en personajes todopoderosos; grupillos y ‘líderes que vienen haciendo daño al país por décadas. Ocupan posiciones que deberían destinarse a hombres y mujeres capaces y honorables, y nos tienen anclados en el atraso, el subdesarrollo, la corrupción y la pobreza. Hay que contribuir eligiendo bien para que el pueblo no siga sufriendo inseguridad, corrupción, desempleo, falta de medicinas, pobreza e impunidad. En las próximas elecciones enterremos en las urnas a los fariseos de siempre, que son el 95 % de la clase política tradicional.
Mario Vargas Ochoa