Una vuelta en bondi por la capital de un imperio imaginario

Buenos Aires no es una sola ciudad. Viajar en transporte público nos permite tomar el pulso de la cotidianidad, reparar en cúpulas centenarias, ferias, plazas, árboles y estatuaria.

Uno puede descifrar la simbología implícita en los relieves de las fachadas y mascarones. Preguntarse qué nos quiere decir el lenguaje arquitectónico; y también acercarse a los “tenders” del vecindario.

En cambio, aparece frente a nosotros otra Buenos Aires cuando nos quedamos quietos, cuando ponemos en un bar la ñata contra el vidrio.

¿Pero, qué tiene de particular nuestra Buenos Aires para ser tan querida? Tiene cien mil casas chorizo, con su tira de habitaciones mirando el patio. Tiene el Club de Pescadores, la belleza arquitectónica de las embajadas.

Buenos Aires es vanguardista. Tuvo el primer subte del continente y un gran invento: el colectivo.

Tiene un Obelisco, entre lindo y feo, construido en sólo 31 días y que fue salvado de ser demolido para convertirse para siempre en el símbolo de Buenos Aires.

Tiene Parque Chas y las calles paralelas que se cruzan, los pasajes de Palermo y los chalecitos del barrio ferroviario inglés de Barracas.

El Palacio Vera con sus puertas de diseño ondulante y motivos botánicos. La Casa de los Pavos Reales del arquitecto Virginio Colombo, en cuya fachada rosa resaltan aves esculpidas en piedra.

La Casa de los Lirios en Av. Rivadavia al 2000 con su admirable trabajo de herrería y sus deidades.

El Club Español, con rasgos de la arquitectura flamenca, del jugendstil y del modernismo catalán.

La Casa Calise de Balvanera, con sus figuras femeninas, ángeles y la escena que recuerda una crucifixión. Y tiene palacios basados en las reglas de L’Ecole des Beuax Arts de París como el Estrugamou

El convento de Santa Calina de Siena de 1745, la Iglesia de San Ignacio –la mas antigua– y la basílica del Santísimo Sacramento que es una verdadera joya escondida. Tiene el Mercado de San Telmo del arquitecto Juan Antonio Buschiazzo y un barrio colorido al sur con casas que se pintaban con lo que sobraban de los barcos, más un “Caminito” que fue arroyo, vía de tren y basural.

Los monumentos, mausoleos y tumbas importadas de Europa del cementerio de la Recoleta, una necrópolis habitada por las celebridades de la historia. Sus oscuras leyendas. Tiene los contrastes de Retiro con palacios, edificios y la estación.

Tiene mate, dulce de leche y una avenida que nunca duerme. Cada barrio, cada esquina, tiene su propia impronta.

Pero también tiene caos, vandalismo, inseguridad y altos niveles de pobreza.

Así y todo, acaba de ser elegida como la mejor ciudad para vivir de la región. Según el ranking de The Economist, por segundo año consecutivo, se ubicó como la “más vivible” de América Latina en el informe de metrópolis más habitables del mundo que cada año publica el medio británico

¿Cómo definirla entonces en pocas palabras? Hay una frase del intelectual francés André Malraux que me resulta interesante para sintetizar esta ecléctica ciudad que se nos presenta desde la ventanilla de un bondi. “Buenos Aires es la capital de un imperio imaginario”.

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