Dan Breitman: “Recuperar el buen teatro poético de Midón y Gianni”

 Dan Breitman: “Recuperar el buen teatro poético de Midón y Gianni”

“Midón y Gianni con lo sencillo pudieron hacer cosas poéticos, bellas y maravillosas, sin tanta tecnología estrafalaria”, dice Dan Breitman, que estrenó el domingo en el Astros “Cantando sobre la mesa”, de aquel dúo, con dirección de los premiados Hernán Matorra, Gastón Marioni y actuación de Cecilia Carrizo y elenco, que hará función también el 9 de julio y a partir de vacaciones de invierno todos los días. Dialogamos con Breitman.

Periodista: ¿Qué puede decir de esta obra de Hugo Midón y Carlos Gianni?

Dan Breitman: Ambos crearon una forma de hacer teatro musical genuina, con todos los estilos de música argentinos, con cuentos que tenían que ver con nosotros. Esta obra apela a la imaginación, justo en este momento en que todos nos prendemos con las redes. Arranca con unos amigos aburridos que no saben qué hacer y a uno se le ocurre que con mesas y sillas pueden llegar a todos lados. Muchas veces se dispone de cierta producción estrafalaria con millones de cosas traídas de afuera y lo que tenía Midón y Gianni hacían era pura poesía.

P.: ¿Cómo fue el trabajo con dos referentes del musical como Matorra y Marioni?

D.B.: Matorra es especialista en reponer con mucha educación, compromiso y sin desvirtuar lo gestado por Hugo y Carlos, al igual que Marioni, ambos conocen perfectamente el material. Son pocos los acuerdos de pequeños cambios muy pensados y trabajados para que no se altere en nada la obra. Se estrenó en el ´76, antes del golpe y es de los primeros espectáculos de Hugo donde empieza a emerger esa camada de grandes talentos como Berugo Carámbula, Ana María Cores, Roberto Catarineu, Carlos March y Andrea Tenuta. Estaban en la TV, en Canal 7, de hecho se hizo un especial de esta obra, es el primer hijito de esta dupla.

P.: ¿Se subestima a la platea infantil desde las propuestas?

D.B.: Hay materiales que no lo hacen. Soy partidario de no ir a ver espectáculos para chicos específicamente, mi madre no me llevó a ver obras que traten al chico como inocente, que no entiende nada, donde todos los juegos salgan de abrir y cerrar las manitos o jugar con un canguro o darse vuelta a ver si está el sapito, el caminito, todo en diminutivo. Muchas veces buscan algo pedagógico mentiroso. Hugo y Carlos fueron los últimos que hicieron cosas tan interesantes aunque hay muchos nuevos desde luego.

P.: ¿Cómo eran esos shows tan interesantes?

D.B.: A nivel teatral, musical, compositivo, los intérpretes que elegían, eran de primer nivel y para toda la familia. Cuando yo iba a verlos, porque vi todo, de mi formación empieza en Río Plateado, no eran espectáculos donde me llevaban para sacarme de encima y hacer otra cosa. Era un gran plan para la familia, mis padres lo disfrutaban tanto como yo, con un humor universal.

P.: ¿Cómo ve a los chicos y cómo fueron cambiando en relación a su generación?

D.B.: No teníamos acceso a la cibernética, había que hacer cosas con rastis, estaba el Sega cuando era chico, el Atari y no me interesaba tanto. Había más deportes, más contacto visual entre los niños, más juegos simples, sencillos, no soy de la época de la rayuela pero sí de encontrarme con amigos a inventar juegos. Jugaba siempre a hacer una obra de teatro y los chicos deben seguir jugando a eso pero también tienen un Instagram y si un chico de diez años abre y se pone una peluca ya puede empezar a mostrarlo, es más sencilla la llegada al público. Nada tiene que ver con lo teatral, que uno se haga famoso o viral un video no significa que esa per-sona después se pueda subir a un escenario a cantar con cuer-po presente, bailando y mucho menos haciendo una obra como esta. Hay que entender una poética que es mucho más antigua. Los veo muy conectados a la música pop, el juego artesanal se perdió.

P.: ¿Qué puede decir de esa atención cada vez más dispersa en la platea, en el teatro y en la vida a causa de las pantallas?

D.B.: Depende de los límites en casa, las pantallas sirven y nos conectan con el mundo en dos segundos pero el apretar un botón y que suceda algo maravilloso hace que se vuelva más adictivo y pierda el goce. Cuando se trabaja mucho para que algo salga, vale la pena. Si el goce está a dos clicks es otra manera de que se den las cosas. Creo que las pantallas dispersan sin límite, yo mismo estoy mucho tiempo con el celu y tengo que ponerme límite. La pantalla es muy adictiva, agradezco no haberla tenido desde tan chiquito porque eso hizo que pudiera desarrollar un potencial imaginativo muy poderoso que hasta hoy me sirve y me hace reír muchísimo cuando imagino cosas imprevistas.

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