El sainete ha comenzado

Ha pasado apenas una semana y la danza de candidaturas para conquistar el Olimpo de Carondelet parece un desfile de marionetas desesperadas por demostrar que son la que mejor calza en el diagnóstico de lo que, según los titiriteros, Ecuador necesita. Tras sus ‘slogans’ a la medida se esconderá lo único que les interesa: guindarse de la teta del poder.

Venimos de soportar a quien nos dijo que arreglaría todo en los primeros cien minutos de su mandato, luego de pasarse más de una década estudiando para ser presidente. Tuvimos que sufrirlo dos años para entender que un pésimo aspirante no podía ser, por lógica pura, un buen ejecutante.

Menos mal que todo apunta a que no volverá a ser candidato. Ojalá y muchas gracias.

Pero como a veces lo peor está por venir, los hacedores de ese mal chiste llamado opinión pública nos quieren convencer, a punta de tendencias fabricadas por sus trolls, que los salvadores ya están listos y si los elegimos saldremos de la crisis interminable.

Hay muchas posibilidades de que el correísmo insista con Andrés Arauz, a quien hasta un banquero derrotó, porque Su Majestad prefiere a un inepto, antes que a uno que pudiera sumar votos por fuera de la tendencia… y por eso le haga sombra. Además, el peligro de aupar a un Moreno 2.0 le roba el sueño y aumenta su calvicie.

Y Jaime Nebot, desde la comodidad de su sarcófago, bendice a un tal Jan Topic, un ¿experto? que estaba en la lista de nuevos burócratas de Aquiles Álvarez, el alcalde de la Perla, pero a quien las huestes de la derecha le calzarán el traje que han diseñado para presentarlo como el Bukele ecuatoriano, un mago que hará desaparecer a los capos haciendo botellas con un soplo.

Lo demás (desempleo, recesión, inequidad, servicios públicos al garete, corrupción) es lo de menos. “Él es el hombre”, martillarán, “hay que vencer el miedo”. Y lo venderán como el Mesías, para liquidar un tema que precisa una compleja política de Estado y no las piruetas de un Rambo de caricatura.

No aprendemos. La solución no puede pasar por los apetitos insaciables de quienes son, en verdad, los causantes del desastre.

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