El palacio que no es palacio, no se llama como dicen y guarda una trágica historia

 El palacio que no es palacio, no se llama como dicen y guarda una trágica historia

Todos conocen al Ministerio de Educación de la Nación como el Palacio Pizzurno. El nombre popular guarda dos grandes errores: ni es un palacio ni se llama Pizzurno. Su origen y su destino sí están vinculados a la educación. Pero detrás existe una historia trágica, de remordimiento y una promesa incumplida.

El episodio, relatado por el historiador Daniel Balmaceda en su libro “Historias insólitas de la historia argentina, comienza en 1835, cuando Petronilla Rodríguez, tenía solo 20 años. La noche del 1 de julio, los Rodríguez dormían en su quinta porteño que ocupaba cuatro manzanas en las avenidas Callao y Córdoba, cuando un vecino entró a la propiedad. Juan Antonio, el padre de Petronilla, oyó ruidos en su huerta donde tenía una plantación de bergamotas, tomó su arma y disparó al bulto, dando muerte al intruso.

Juan Antonio Rodríguez no era un hombre más. Fue el último que expresó su voto en el histórico Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. Es decir, una persona con cierto poder en la naciente nación argentina.

En el juicio, Juan Antonio fue absuelto porque en aquella época era común este tipo de hechos en los que se disparaba frente a situaciones similares. Cualquiera hubiese hecho lo mismo si detectaba un ladrón en su propiedad. Pero la culpa lo acompañó el resto de su vida, por lo que decidió construir en el lugar una capilla y dar misa por la memoria del difunto.

Diez años después Juan Antonio murió y fue enterrado en ese mismo lugar. Sus hijos mantuvieron la capilla y las misas. Primero fue Juan Andrés, que falleció en 1881, y luego Petronilla quien dispuso cambios que no llegó a ver porque murió meses después.

Petronilla fue así heredera de una gran fortuna, tierras, y propiedades entre los que se contaban conventillos. En su legado, dictado dos semanas antes de su muerte, donó las cuatro manzanas de la quinta y $100.000 que entregó a su abogado en su lecho de muerte minutos antes de partir de este mundo.

El testamento también establecía que en el lugar donde estaba la capilla se construya una iglesia, junto a un colegio, y una gran escuela de tres pisos con capacidad para 700 alumnas. Como condición pidió que esa escuela llevara su nombre.

Los $100.000 era una cifra considerable, pero no alcanzaba. Por lo que para fines de 1883 se remataron las cuatro manzanas, divididas en 33 lotes.

Con el dinero finalmente se construyó la iglesia Nuestra señora del Carmen y a su lado el colegio parroquial. Y frente a estos la megaescuela que durante algunos años llevó el nombre de Petronilla Rodríguez.

En 1903 las alumnas fueron derivadas a otros establecimientos y en el lugar funcionaron juzgados de manera transitoria hasta que se concluyó la construcción de los tribunales de las calles Talcahuano y Tucumán. Luego, ya desocupado por la actividad judicial, el lugar se convirtió en la sede del Ministerio de Educación y fue bautizado Palacio Sarmiento.

A la calle que pasa por la puerta se la llamó Pizzurno en honor a tres hermanos maestros: Pablo, Carlos y Juan.

Es decir, el Palacio Pizzurno, ni es realmente un palacio, ni se llama Pizzurno, sino Sarmiento. Y debería ser la escuela Petronilla Rodríguez, tal como lo estableció la condición de la difunta antes de morir.

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