Cecilia Szperling: sobre el desmayo como táctica

 Cecilia Szperling: sobre el desmayo como táctica

La muerte del padre une a tres hermanas adolescentes y la madre; cada una encuentra un modo de atravesar esa etapa. Una estrategia es desvanecerse. “Así no molesto y el mundo no me molesta”, explica Cecilia Szperling en “Las desmayadas” (Emecé) que define como “una fábula autobiográfica”. Escritora, conductora de programas de radio y televisión, creadora de actos culturales, Szperling ha publicado “El futuro de los artistas”, “Selección natural”, “La máquina de proyectar sueños. Dialogamos con ella.

Periodista: Dado que “Las desmayadas” es una novela escrita desde la “literatura del yo”, ¿usted es la desmayada?

Cecilia Szperling: El de la novela es un yo que es un nosotras. Una primera persona que es parte del grupo que forman tres hermanas y la madre, que llevan juntas el duelo por la muerte del padre, el hombre de esa gran casa. Esa vivencia compartida las une.

P.: Se señala que el desmayo es “un comportamiento femenino aceptable”, “un modo estético de aceptar el presente”, en un poema Juan Cruz Varela cuenta que tras besar a su amada, ella se desmaya. Ante su desesperación, ella le susurra “no sabes avestruz para qué estoy desmayada”.

C.S.: Yo recuerdo el ensayo de Silvia Molloy “Las tretas del débil”. En el desmayo puede haber astucia. Es algo teatral, de otro tiempo, que permanece. Según cierto manual de conducta las mujeres podemos desmayarnos, eso es socialmente aceptable. Lo de Juan Cruz Varela tiene que ver con la idea de que la mujer no puede mostrar su deseo sexual o, como diría Luciana Peker, su goce, entonces usa la conducta socialmente aceptable de desmayarse. De ese modo está expresando su deseo, entregando su cuerpo. Para los parámetros del feminismo no es no, pero para los de la vida los cuerpos dicen de todo, que sí o que no. Por otra parte, es un modo de aceptar el presente, un ejercicio para no morir. Cuando se está en una situación de desborde, de angustia, se desmaya porque es algo que no quiere soportar despierta. Es una evasión momentánea para luego volver.

P.: Esa evasión familiar femenina dura de la muerte del padre al fin del luto.

C.S.: Al comienzo las hijas tienen 12, 15 y 18 años, son adolescentes y acompañan a la madre en el luto. Eso termina dos años después con la separación de las hermanas, sobre todo de la mayor. En ese tiempo van a curar ese cuerpo integrado que formaron para soportar la muerte del padre, la Guerra de Malvinas, los abortos clandestinos. Finalmente dejan atrás el ostracismo, el encierro y pueden salir al mundo. Siento que la novela la escribí como en un desmayo.

P.: ¿Por qué cuando muere el padre las hijas salen como bacantes a bailar semidesnudas en el jardín?

C.S.: Es que tuvimos desde muy chicas educación en expresión corporal con Patricia Stokoe, danza moderna con Renate Schottelius y con Ana Kamien. Ese baile tiene que ver con Isadora Duncan, y con los antiguos coros griegos de mujeres. En ese momento de la novela ante el dolor del duelo, la mujer busca instintivamente liberar el cuerpo. Es algo ancestral. Durante siglos esa energía fue reprimida, perseguida y castigada porque se consideraba que la mujer era transportadora del mal.

P.: ¿Por qué usted, siendo la del medio, se vuelve cacique del grupo?

C.S.: Tuve otro liderazgo parecido. Escribí “Las desmayadas” al mismo tiempo que era activista feminista en la “marea verde” de un modo no buscado. Generé los primeros encuentros de “Lectura más música”, “Confesionario: historia de mi vida privada”, “El libro marcado”. Siempre me interesó que la lectura fuera un yo que es un nosotros, algo comunitario. Cuando se dio la “marea verde” organizaba seis escenarios por donde pasaron doscientas escritoras, que conocía por aquellos ciclos. En la novela mis hermanas tenían por sus estudios decisiones fuertes, la danza requiere disciplina.

P.: ¿Por qué en esta etapa de feminismo muchas narradoras escriben sobre la muerte del padre?

C.S.: En mi caso la muerte del padre me trajo mucho feminismo. Yo tenía 15 años y ya no tenía que pedir permiso para mi vida sexual, elegir una carrera o cómo vestirme. Eso trae mucha libertad porque el patriarcado se ejerce, el poder se ejerce. Una puede extrañar la ley que se necesita para tomar buenas decisiones, ir adelante con algo, que se sienta que se está respaldada, que te ayuden a superar dificultades. Pero eso que te ordena y te puede sostener también te puede tapar, modelar. Al escribir la novela pensé mucho en “Mujercitas”, ese grupo de mujeres se organiza cuando el padre está en la guerra. Cuando se lee “Mujercitas”, un libro tan socialmente aceptable como el desmayo, cien años después se ve que las mujeres se ayudan una a otras, ayudan a su alrededor, modifican su entorno, son autónomas, generan una unión femenina. Después cuando se sale del mundo de Louise May Alcott al mundo supuestamente tradicional, usual, una se encuentra con el modelo de familia convencional, padre, madre, hijo varón, y que la hija está disciplinada para bancarse ciertas cosas, y hasta aceptar injusticias.

P.: Este es su segundo libro de “fábulas autobiográficas”, ¿hay un tercero?

C.S.: Me gustan las fábulas autobiográficas porque puedo ser fiel a mis impresiones, a mi aparato perceptivo y a mi aparato soñador. El tercero de la serie va a ser sobre la hermana mayor y su pareja. Si “Las desmayadas” tiene como referencia “Mujercitas”, en el próximo va a estar la influencia de “Las vírgenes suicidas”, “La casa de Bernarda Alba”, “Cumbres borrascosas”.

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