Alberto Ponce: “Al principio, después de ver estas imágenes, nos costaba dormir”

 Alberto Ponce: “Al principio, después de ver estas imágenes, nos costaba dormir”

Alberto Ponce, montajista, docente universitario, trabajó codo a codo con Leonardo Favio, Solanas, Caetano, Szifrón y otros buenos, es autor de los antológicos “Vete de mí (una de pasiones)” y “Blackie: la vida en blanco y negro”, da clases, talleres y asesorías desde Puerto Rico para abajo, y ahora, con más de 30 años de labor, declara que su trabajo para “El juicio” “es el más importante que hice y que haré en mi vida, y no solo por su tema”.

“El juicio”, de Ulises de la Orden, condensa en 177 minutos las 530 horas de grabación del juicio a las Juntas Militares. Hasta ahora, por su duración y la angustia que pueda provocar, sólo el Malba se anima a estrenarlo, a razón de apenas una vez por semana a lo largo de abril a partir del jueves 6, pero, si las gestiones del director llegan a buen puerto, es probable que después se vea en 40 ciudades del país, conmemorando los 40 años del regreso a la democracia. Dialogamos con Ponce:

Periodista: ¿Cómo entró usted en este proyecto y cómo consiguieron todas esas grabaciones?

Alberto Ponce: El montajista habitual de Ulises estaba ocupado. Y a mí me encantan los documentales armados con material de archivo. La meta era conseguir el material, que había sido indolentemente grabado por ATC, mal copiado en VHS, y llevado por los propios jueces para su resguardo en el Parlamento noruego. Acá sólo había un resumen de 11 horas. La TV Pública y el Archivo General de la Nación no nos prestaron lo que tienen. Por suerte conseguimos las copias de Memoria Abierta y Noruega, pero hubo que ordenarlas, cotejarlas, faltaban partes, o eran una patada en la retina, por lo mal conservadas. Hubo que limpiar y restaurar mucho. Y después, mirar y tomar nota de cada momento del juicio. ¡Había unos 800 testimonios, y además las defensas!

P.: Mirar todo eso habrá sido estremecedor.

A.P.: Al principio nos costaba dormir. Había fotos de cadáveres en primer plano, y de las monjas francesas, vejadas, en pantalla completa. Entonces hicimos una truca donde los jueces miran esas fotos y el espectador las ve de lejos. Aun así era durísimo. Empezamos en agosto del 2019. Ulises tomaba apuntes en ocho cuadernos, yo en la computadora y Gisela Peláez, asistente de dirección, fue armando planillas con datos de fecha, tema, interlocutores, palabras claves y hasta vestuario, lo que además de facilitar la búsqueda y la continuidad nos ayudó con los inserts, pero eso vino después.

P.: El armado no es del todo cronológico.

A.P.: Es temático. Desde el comienzo, Ulises tenía una lista de temas. Uno, hasta ahora poco atendido, es el de la violencia sexual. Luego fueron apareciendo subtemas, y casos testigo. Los títulos de cada capítulo surgían de boca de los mismos participantes en el juicio, como “Feroz, clandestina y cobarde”, “Gusanos”, o “Incluso la abanderada”.

P.: Ya ese sólo título causa espanto. Pero ustedes, además, dieron lugar a los defensores.

A.P.: Es lo correcto. Además necesitábamos antagonistas fuertes. El doctor Goldaracena era el más brillante. Pero otros eran meramente retóricos, y hasta tuvimos que quitar cosas para no dejarlos tan mal, como el doctor Orgueira, que llegó a decir “Si esto me hace genocida, lo soy”. No pusimos eso, pero él quedó en varias otras escenas porque resultaba divertido. Eso también ayuda al dinamismo de la película.

P.: Cierto, dura bastante y no cansa. Es curioso cómo ustedes equilibran el horror con el humor ocasional, o con los detalles inesperados, como el desmayo de una persona en la sala, el fiscal Strassera durmiéndose, Moreno Ocampo pasándole el brazo por los hombros, Videla leyendo “Las siete palabras de Cristo”, o Galtieri jugando con un cenicero.

A.P.: Todo eso es lo que llamo “vestir la película”, y que en este caso incluye situaciones que son la carne misma del juicio. Le sumo los silencios y las pausas. Amo las pausas, para que el espectador mastique lo que acaba de ver mientras lo preparamos para lo que viene. De ahí también la numeración de los capítulos, que son 18. Y 21 fueron los armados que tuvo la película, hasta encontrar el definitivo. El primero duraba 8 horas y media. Fuimos sacando cosas, y terminamos en casi tres horas con intervalo, como “El padrino II”. Entre medio tuvimos la pandemia, la operación del padre de Ulises, otros trabajos, los cumpleaños, la vida. Sobre todo este proceso estoy escribiendo un libro, “Diario del montaje de ‘El juicio’”. Será bien ilustrativo, didáctico, el libro que me hubiera gustado leer cuando era estudiante.

P.: Una curiosidad: en “Argentina, 1985” Strassera provoca a uno de los defensores con un gesto procaz. ¿Eso fue cierto? ¿Quedó registrado?

A.P.: No lo vimos en las grabaciones del juicio, pero “Maco” Somigliana, que integró el equipo de la fiscalía, nos dijo que eso realmente ocurrió.

P.: Al hacer “El juicio”, ¿tenían alguna referencia en mente?

A.P.: La principal era “Un especialista”, de Eyal Sivan, registro del juicio a Adolf Eichmann, todo en un sólo recinto, sin narrador en off, solo lo que pasa en el juicio. Y después, “La guerra de un sólo hombre”, de Edgardo Cozarinsky, o “La espiral”, de Armand Mattelart. La montajista de este film, Jacqueline Meppiel, fue mi gran maestra. Me adoptó casi como un discípulo dilecto. Una mujer muy, muy exigente, y muy personal, que si estaba por tocar la tecla equivocada ¡me pegaba en la mano! Así aprendí. Le dediqué mi libro anterior, y también le dedicaré el que estoy haciendo ahora.

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