Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte XXV)

 Debate por la deuda pública: crónica de un default anunciado (Parte XXV)

“Queremos trasmitirle a los argentinos tranquilidad”, dijo Marcos Peña. Pues, eso era justo lo que no iban a lograr, porque desbordaron los límites del disparate. Solo un día después de las maratónicas sesiones del Congreso cambiarían lo acordado.

Un amigo del presidente dijo: “el presidente debería buscar un jefe de gabinete menos malo que Marcos Peña y un equipo económico financiero menos zonzo (eufemismo)”. El 28 de diciembre se batieron todos los récords de bobería e indignidad profesional. Quienes venían desafiando el sentido común, ahora directamente se desplomaban. Nos decían a los argentinos que, bajando el gasto público, al mismo tiempo mejorarían los beneficios de los jubilados. Y repetían, “todos los días estamos un poco mejor”.

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En la Republica de Lilita Carrió-que ya parecía una republiqueta bananera-, la diputada denunciaba un contubernio entre Nosiglia y Angelici, diciendo que Calcaterra iría a la cárcel. Gravísimo. Sin embargo, no fueron presos; en cambio desde el Poder Judicial había cataratas de encarcelados sin juicio y sin condena. En el pais moría un mapuche, y desaparecía Santiago Maldonado. Patricia Bullrich desplegaba la gendarmería en la ciudad como si fuera a iniciar una guerra, al tiempo que se perdía un submarino con más de 40 tripulantes... “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo y un viento de Dios aleteaba por encima las aguas” (Génesis 1, 2). Caos podría ser una buena palabra para describir el momento que se estaba viviendo.

Ese día convivían dos argentinas, una viajaba a Miami y otra marchaba al Congreso y Plaza de Mayo. Una mandaba a la casa a Etchecolatz y la otra celebraba la aparición de la nieta 127. El populismo había hecho subir el PBI, reestructuró la deuda y la pagó al día, pero el Macri todavía no nos regresaba el PBI de 2015, endeudando al país y encaminándolo a otro default.

No teníamos registro ni memoria de una divergencia tan fulminantemente entre la realidad que se vivía y las consecuencias que sufría la gente que voto Cambiemos. Era una tragedia que en 2 años de un “gobierno serio”, no pudieran haber probado con la aplicación de “políticas serias”. Le bajaron las retenciones al campo y le perdonaron deudas a las empresas que ganaban dinero, pero le reducían el ingreso a los más vulnerables.

Como decíamos, la deuda se había extendido sorprendentemente, mientras las agencias de ratings mejoraban las perspectivas de Argentina.

- ¿De verdad estábamos haciendo lo que hacían los países serios, como decía el mejor equipo de los últimos 50 años? - ¿Y dónde había quedado la racionalidad de los mercados? -

Al equipo de Macri le faltaba sabiduría para vivir la vida cotidiana. Esa sapiencia que desplaza a cualquier otra habilidad intelectual. Su carencia debería ser causa de inhabilitación para ejercer un cargo público.

Hicieron una conferencia de prensa para comunicar la decisión de “recalibrar las metas inflacionarias”, un día después de aprobar el presupuesto con otra meta. Una disertación que el miércoles a la noche generó un entusiasmo inexplicable, el jueves a las 9 de la mañana perdió vigencia.

Protestaron los mercados y hasta los que apetecen el lenguaje bochornoso y los sobrenombres “Toto”, “Fede”, “Nico” ...

El Gobierno elevó la meta de inflación para 2018 y estiró un año más el objetivo de inflación de 5% anual para 2020. - ¿Pero si en 2020 tal vez ya no estarían? - ... en 2019 terminaba el mandato del presidente… Reforma impositiva, previsional y laboral con ultimátum a los gobernadores. Eso iba a liquidar a Cambiemos.

En materia de reactivación y desinflación, la una no convencía y la otra no funcionaba. El paquete de reformas anunciado, incluía algunas recomendaciones del FMI, pero resultaba al mismo tiempo escaso como aporte al cierre de cuentas. El gobierno no podía corregir los desequilibrios que hacían vulnerable a la economía.

En otro orden de cosas, de comenzar a poner en marcha reformas estructurales de mayor envergadura, los disturbios de las semanas anteriores en el Congreso serian una pálida muestra.

El rebote técnico ya no era sustentable, se observaba la desaceleración de indicadores claves como despachos de cemento, producción de acero y producción de autos. Pese a la desaceleración, el año 2017 cerraría con un alza de 2.6%. La inflación nivel general se mostraba reticente a bajar de 25%. Y en el futuro, al contrario, se esperaba una aceleración de la inflación en los cuatro primeros meses 2018, porque en diciembre impactaría la suba de luz, gas, naftas, medicina prepaga y servicios domésticos.

Se esperaba también un recalentamiento de la inflación, no una desaceleración, debido a los ajustes tarifarios previstos en luz, gas y transporte-donde Marcos Peña a la pregunta del periodista, se remitió al anuncio que realizaría luego el ministro del área-. “Tómala vos, dámela a mí”, parecía comenzar el juego de la supervivencia.

Mucho se había insistido con “corregir los desbalances macroeconómicos K”, pero, por el contrario, se agravaron los existentes. En definitiva, el modelo no resultaba y nunca fue sostenible; demandaba rectificaciones y el gobierno que ya no pedía disculpas, decía que iba a corregir los desequilibrios, reducir la incertidumbre y consolidar la estabilidad. No veíamos como.

En cuanto a la reforma laboral, resultaba difícil evaluar qué era lo que terminaría siendo aprobado en el Congreso. El pacto federal de $75.000 millones, se hizo para darle $ 42.000 millones a María Eugenia Vidal-para su reelección en 2019-y solo $ 33.000 millones para todo el resto de las provincias.

“La inflación no podía continuar en niveles elevados por un largo tiempo” según Friedman o Sturzenegger, pero el ajuste de las tarifas públicas tiene efectos persistentes, y se hacía uso y abuso de tarifazos. Esos factores no fueron consensuados a la hora de diseñar una estrategia antiinflacionaria consistente, donde el BCRA financiaba directa e indirectamente el déficit fiscal.

Pese al esfuerzo comunicacional, parecía poco probable que en 2018 la inflación bajara. Si a ello le sumábamos el creciente déficit del sector externo (cuenta corriente) en 2018 serían unos u$s 35.000 millones-según dijo “Toto”- (mientras su mirada esquiva se dispersaba por el universo). Hablaba de 5.4% del PBI, era muy grave. Lo peor era que el déficit externo no sólo era consecuencia de la política fiscal, sino de una política monetaria contractiva de altas tasas de interés que implicaban altos rendimientos en dólares incentivando la entrada de capitales golondrinas-que podían irse y muchos ya se habían ido-.

Fue la avalancha de dólares financieros la que sostuvo el retraso cambiario que aporreó la exportación y amplió el déficit comercial y de cuenta corriente. El peso sobrevaluado generó un menesteroso desempeño de las exportaciones que crecieron solo 1.8% anual, cuando la región lo hizo a tasas promedio de 18%. El déficit comercial alcanzo en 2017, u$s 9.000 millones y treparía a u$s 13.000 en 2018.

Alguien dijo: “Hay que acostumbrarse al que el dólar fluctúe”. No era atinado. En la Argentina si el dólar fluctúa los precios suben y luego no bajan. El país no estaba generando divisas para pagar deuda.

Como el miedo no es zonzo, el estallido social en ciernes exigía “gradualismo” (el ajuste salvaje fue desaconsejado por Duran Barba a Marcos Peña). Lo peor era que se observaba una baja del gasto público primario desde agosto, pero para financiar el déficit fiscal después del pago de intereses de la deuda pública. Es decir, matábamos gasto social para pagar más y más intereses a los bancos.

Por cierto, era falsa la extraordinaria disminución de la tasa de interés como dijo “Toto Caputo”. Resultaba embarazoso bajar la inflación con el crédito creciendo al 50%, con un BCRA que emitía mucho más para el fisco que lo que estaba dispuesto a absorber la demanda de base monetaria. Los demandantes de crédito se sintieron tentados a la hora de tomar créditos fáciles y los oferentes de crédito, esperando tasas de inflación declinantes los otorgaron.

La necesidad de ganar la elección de octubre posibilitó una burbuja de crédito. En términos nominales (sin descontar inflación) crecieron los créditos comerciales 53%, los personales 60%, hipotecarios 92%, prendarios 73%, tarjetas de crédito 25%. Este globo crediticio, que contribuyó a un “veranito” para ganar las elecciones de medio tiempo, iba a dar que hablar. Habría aceleración de la inflación en los próximos meses y subirían las expectativas, no solo no se repetiría la experiencia en 2018, sino que el boom de crédito de 2017, comenzaría a generar mora.

Los estudios más conservadores promedio de canasta de monedas indicaban que debería valer $40 de junio de 2002, $33 promedio de los años de Néstor Kirchner, $31 de enero de 2010, y $24 promedio si se toman los últimos 20 años. Un peso sobrevaluado no era propicio para aumentar la exportación y reducir la demanda privada de divisas. Las necesidades de financiamiento eran abultadas, pero pudieron cubrirse con colocación de deuda externa e interna, aunque no había garantía de un crecimiento sostenido que disminuyera el peso de la deuda (relación deuda/PBI).

En el pasado las crisis habían sido el mecanismo de corrección de los desequilibrios macroeconómicos, y todo indicaba que venía un desenlace similar. El problema de un peso sobrevaluado, un shock-crisis- puede intentar ser el mecanismo de corrección de los desequilibrios. Eso sí, con caída del PBI, aceleración de la inflación y devaluación. No era difícil la predictibilidad. Eso mismo sucedió, pero pocos leían Diario Registrado.

La decisión anunciada por el “policy maker” y la “respuesta del mercado en el mismo día 28 de diciembre 2017, no habían reducido sino aumentado la incertidumbre. ¿Intervendría el BCRA para parar la escalada? - A principios mismo de 2018 era probable que aumentara la inocultable conflictividad entre “Fede” y “Toto”.

Es que el BCRA no podía seguir emitiendo para comprar los dólares del tesoro mucho más de lo que estaba dispuesto a absorber la demanda de base monetaria. Tampoco podía seguir incentivando la bicicleta financiera elevando y el déficit cuasi fiscal. El escenario 2018 era incierto el 28 de diciembre 2017. Nos preguntábamos si la devaluación resultaría inferior a la tasa de inflación.

En resumen, los anuncios de aquel fatídico día no contribuyeron a despejar el panorama. En cuanto a la posibilidad de aumentar la inversión, el empleo y la productividad de la economía, el impacto de las reformas seria irrelevante. Un crecimiento sostenido del 3.5% anual por veinte años como decía el presidente, solo era otra falacia para distraer la atención.

(*) Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros. @PabloTigani

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