Sorpresa en Japón: volvió la inflación y es la más alta desde 1991

 Sorpresa en Japón: volvió la inflación y es la más alta desde 1991

Estados Unidos y Europa alguna vez temieron al gigante económico japonés de la misma manera que temen hoy al creciente poder económico de China. Pero el Japón que el mundo esperaba nunca llegó.

Durante décadas, Japón ha estado transitando a través de una economía lenta y altamente endeudada (tiene una ratio de deuda pública superior al 200% del PBI), refrenada por una profunda resistencia socio-productiva al cambio, y escéptica a ciertos procesos que la globalización inexorablemente quiso acelerar.

Al japonés poco le importa, al menos no como lo analizamos desde nuestra visión occidental. Su población, en proceso de envejecimiento/disminución (con cierta reticencia a la inmigración), no se envalentona en tensiones políticas: es un país pacífico, con la mayor esperanza de vida del mundo y la tasa de homicidios más baja, y escasos conflictos derivados del escenario político y económico. No es extraño en una geografía donde el campesinado pasó de servir a los señores feudales en el campo, a trasladarse a las ciudades para servir a los mismos señores convertidos en burgueses.

Es que el milagro japonés, el modelo genuino que desarrolló Japón, se posicionó luego de la Segunda Guerra Mundial con un fuerte intervencionismo estatal, grandes holdings empresariales y la adquisición de tecnología. Esta defensa del proteccionismo frente a las tendencias liberalizadoras mundiales (que, también hay que decirlo, tuvo como resultado que Japón haya perdido su ventaja competitiva, superado por sus discípulos) se cimentó en una elite que promocionó una relación paternalista por parte de la empresa con sus trabajadores, que a su vez sirven a la misma por encima de sus intereses personales, y generalmente de por vida, en un modelo de mutua lealtad.

Por supuesto, todo ello fue acompañado por el ‘eterno’ Partido Liberal Democrático (PLD), el cual gobierna Japón desde hace setenta años. A menudo se dice que la base de apoyo del PLD está hecha de ‘hormigón’, con una fortaleza que se basa en el clientelismo y la promesa de estabilidad política basada en un pasado de orden y progreso. Por ello el cambio se siente distante, en el marco de una jerarquía rígida que determina quién tiene las palancas del poder. Una clase dominante abrumadoramente masculina que se define por el nacionalismo y la convicción de que Japón es especial.

Bajo el escenario descripto, la inflación nunca ha sido un problema grave. Menos en los últimos treinta años, donde la gran crisis financiera de principios de los 1990’ ha sido la herramienta disparadora de una dinámica deflacionaria, sostenida por salarios estancados y el terror a la escasez; el miedo y la angustia de una generación que ya había aprendido a ‘quedarse sin nada’.

Sin embargo, para sorpresa de algunos, ahora la inflación ha vuelto: ha llegado a un nivel del 3% anual, la mayor desde el año 1991 (excluyendo el salto de 2014, cuando los precios se vieron afectados por un aumento del impuesto sobre las ventas). Positivamente, ello se está dando no solo porque los turistas extranjeros están de regreso luego de la pandemia, sino porque el gasto de los consumidores está aumentando, derivado de las previsiones de incrementos salariales a través del Gasto Público para poder contrarrestar los incrementos de precios, como así también dado que las crecientes señales de un enfriamiento en Estados Unidos, Europa y China empañaron el panorama para la economía nipona -dependiente de las exportaciones- lo que ha hecho que Gobierno persuada a las empresas privadas a que aceleren las subidas salariales para ayudar a impulsar la demanda interna.

Un ejemplo de este proceso inflacionario ha sido la subida de 20% de uno de los refrigerios más comunes en Japón, el Umaibo, un producto que siempre tuvo un precio de 10 yenes (US$0.075) desde su creación hace 43 años. Tanto fue el impacto que Yaokin, la empresa que elabora el popular snack, tuvo que lanzar una campaña publicitaria explicando por qué se vio obligada a subir el precio. Es que, como indicaron desde la cúpula directiva de la corporación, "Los consumidores no están acostumbrados a aceptar la inflación".

Más allá de lo expuesto, no son pocos los analistas que indican que gran parte de la inflación que hoy existe en Japón no es el reflejo de una verdadera reactivación, sino más bien el resultado de una enorme crisis externa (principalmente derivado del aumento de los productos energéticos y los alimentos importados por la guerra) y la devaluación del Yen. Que el japonés lo entiende con resignación, como un elemento exógeno, un hecho que lo excede.

Para concluir, es importante recalcar que las comparaciones deben tener ese condimento de la comprensión totalizadora de las ciencias sociales para que sean útiles. En Japón nos encontramos con una cultura oriental de introspección alejada de las compras sin sentido. Una historia de padecimientos, una lógica verticalista, un escenario geográfico de dependencia para con la seguridad alimentaria y energética, una visión de la Nación como un todo como prioridad (más allá de las mezquindades individuales). No hay monopolios formadores de precios que presionen, ni gasto público o expansión monetaria que se traslade alocadamente a consumo o a compra de moneda extranjera. Tampoco un endeudamiento externo en tiempos e intereses imposibles de pagar. La corrupción, la fuga de capitales, existen; pero no de manera sistemáticamente estructurada y desestabilizadora. Por ende, tenemos un país que se encuentra muy lejos, antes, ahora y seguramente a futuro, de un proceso inflacionario fuera de control.

¿Y si analizamos Argentina? Mirando el párrafo precedente, mejor se los debo.

Economista y Doctor en Relaciones Internacionales (@KornblumPablo)

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